He tenido la suerte de haber podido vivir experiencias en las que uno se da a los demás: voluntariados, campos de trabajo, peregrinaciones, misiones… siempre esperando que ocurriera en mi vida algo extraordinario, que me hiciera “ver la luz”, quería sentirme importante. Pero cuando uno no obtiene lo que desea, todo lo demás que uno recibe queda en segundo plano sin sentido, olvidado. En cambio, cuando en vez de pensar en lo que tú quieres recibir de esa experiencia empiezas a pensar en cómo puedes ayudar a los demás, es cuando la experiencia mejora completamente, y al final te das cuenta de que no has parado de recibir.
Siempre he vivido en un ambiente cristiano: familia, colegio, club… por lo que nunca he tenido problemas para vivir mi fe. Como a mucha gente, cuando eres pequeño y te cuentan algo te lo crees, y al hacerte mayor uno decide si seguir creyendo todas esas cosas o no. Yo nunca pensé que pudiera dudar de mi fe, pero lo he hecho. Hubo una época en mi vida en la que dejé de confesarme y en la que un domingo iba a misa con la pregunta “¿Para qué voy?” metida en la cabeza mientras que al siguiente domingo animaba a otro a ir. Pero este año he tenido la mejor experiencia de mi vida: ir de misiones.
Las misiones me han servido para vivir y entender mejor en qué consiste ser cristiano. Yo iba a misa los domingos, rezaba alguna vez el rosario, y si alguien decía alguna blasfemia me sentía mal. Así defino mi vida cristiana hasta este año, a pesar de que el año pasado también fui de misiones. Lo que he descubierto, gracias a los que me han acompañado esta Semana Santa, es que ser cristiano implica dar a conocer a todo el mundo el amor de Cristo, tanto con nuestro ejemplo de vida como recordárselo de vez en cuando a los que nos rodean. En una palabra: evangelizar.
Esto es lo que me ha pasado en las misiones de este año: el primer día me dijeron que si podía ayudar a llevar un grupo de misioneros de bachillerato en vez de estar con la gente de mi grupo. Dije que no me importaba por educación, aunque en realidad me daba rabia, pero con el apoyo de un sevillano me puse en las manos del Señor. Ese primer día aprendí que cuando uno decide darse a los demás, lo tiene que hacer dispuesto a lo que sea. Y desde ese momento en el que decidí “dejarme llevar”, mi vida cambió.
En el momento en el que vi que no podía hacer otra cosa que fiarme de los planes de Dios para esta Semana Santa, es cuando me puse a tiro de su amor infinito y cuando me di cuenta de que lo que me llena es dar a conocer a la gente que Dios se hizo hombre por nosotros, que sufrió, murió por amor y resucitó para salvarnos; que no es un cuento de niños. Me di cuenta de que la gente no es que no crea en Él por rebeldía, sino que simplemente no entienden o nunca han oído hablar de Dios. También me di cuenta de la importancia que tienen los padres en la familia y que hoy en día lo más importante es que la gente conozca a bien a Dios desde el principio.
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