1. ¿Qué es un cristiano si se queda a Cristo para sí mismo?
“Ay de mí si no evangelizare”. Pablo de Tarso (San Pablo para los amigos), parece decir con esta frase que no hay vida auténtica sin compartir con los demás la buena noticia, el evangelio. “Ay de mí” parece decirnos que la vida pierde su sentido si no la entregamos.
La identidad de los laicos (tema del subsidio anterior) está en participar del sacerdocio de Cristo. A muchos de nosotros nos ha sorprendido profundizar en este concepto de que, en cierta manera, todos los cristianos participamos de ese sacerdocio: unos recibiendo el sacramento del orden sacerdotal y otros, recibiendo la llamada a salir de nosotros mismos y ofrecer los dones recibidos a los demás.
Las distintas vocaciones dentro de la Iglesia son complementarias y necesarias todas para, desde la comunión y el espíritu de familia, continuar la labor de Jesucristo hasta el final de los tiempos.
2. Continuar la labor de Cristo es “vivir el apostolado”
No debemos reducir nuestra llamada a “hacer” apostolado. El verbo “hacer” vale para todo, incluido aquello que se hace sin saber porqué, hacer mal, hacer sin ganas, hacer como contraprestación, hacer sin alma.
Quizás es más adecuado “vivir” el apostolado porque, un cristiano no puede vivir sin Cristo, sin estar en gracia con El, sin amar, sin “descentrarse” para centrarse en las personas que nos rodean.
El apostolado no es una tarea, no es “algo que hay que hacer”, no es una obligación sinsentido, no es una carga, no es un marrón… no es una actividad que se convierte en un fin, no es estar muy ocupado… estresado, no es desarrollar acciones para sentirme bien o para que piensen que somos “buenos”.
3. Vivir el Reino de Cristo aquí también pero, ¿cómo?
“Vivir” el apostolado es tratar de ser y pensar como Jesucristo.
“Jesucristo evangelizaba con obras y con palabras, y Dios estaba con Él. Así realizaremos la evangelización por atracción y no por proselitismo: primereando, involucrándonos, acompañando, fructificando y festejando” (Evangelii Gaudium, 14 y 24 Papa Francisco).
En las palabras del Papa tenemos la receta del cómo vivir el apostolado: evangelizando con obras y con palabras, desde una vida en estado de gracia. Esto último es la base de todo, una relación personal con Cristo basada en la oración y en los sacramentos. Desde ahí, acompañar, festejar, “estar ahí” los primeros.
Sabemos que el Mundo es imperfecto, sabemos que nosotros somos imperfectos, las personas y las instituciones fallan. Pero también sabemos que estamos llamados por Dios para anticipar el Reino de Cristo. Todos los que formamos la Iglesia, laicos y religiosos, estamos llamados a construir Reino. Realmente, sólo tenemos que poner las manos y, Dios bendecirá.
¿A cuántas personas tienes que agradecer el haber conocido a Cristo? Seguramente a tus padres, a un buen sacerdote, a un amigo, a alguien, recuérdalo.
Todas esas personas que nos han acercado a Cristo han sido apóstoles porque te han dado lo más valioso que tenían, te han mostrado el amor de Dios. Eso es anticipar el Reino de Cristo, dar testimonio, posibilitar a los hombres su encuentro con El mediante obras o testimonios.
¿Te imaginas a san Pablo, santa Teresa, san Juan Pablo II con cara de “pimiento avinagrado”?
Como dice el Papa, el cristiano se distingue por la alegría auténtica y no puede dejarse llevar por la amargura ni trasmitirla. No significa que el pecado no sea parte de nuestra condición, sino de mover nuestro corazón y nuestra mirada hacia el prójimo con alegría y esperanza.
4. ¿En qué realidades tenemos que pensar los laicos para vivir nuestro apostolado?
La realidad de los laicos está más inmersa en el mundo, en las realidades temporales. Es ahí donde estamos llamados a vivir nuestro apostolado, a vivir lo que somos.
Los talentos que Dios da no pueden si no ser los más adecuados para vivir en el mundo. Con esos dones debemos orientarnos a ordenar las realidades temporales según el plan de Dios. El concilio Vaticano II nos recuerda la llamada de los laicos al apostolado de forma personal y en unión con otros.
En el mundo de la educación, de la economía, de la acción con los más desfavorecidos, en la política, en los medios de comunicación, en el cuidado de la naturaleza, en el acompañamiento, con los niños, con los jóvenes, con las personas mayores, en las acciones parroquiales, en las propuestas pastorales, en la nueva evangelización, en el arte y la cultura, etc, etc.
Para todo lo anterior y tantas otras realidades, Dios tiene un plan y nosotros somos sus manos. El plan de Dios es que todas las cosas y obras, permitan a los hombres descubrir y promover su dignidad como hijos de Él y, a través de ellas, estos puedan dar gloria a Dios y merecer la salvación.
Miguel Osorio
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