Monseñor Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel y Albarracín, durante su encuentro con los misioneros de Barcelona, este Sábado Santo |
Concep y Dani
Era nuestro primer año en Familia Misionera y, la verdad, es que no sabíamos muy bien lo que íbamos a encontrarnos ni cómo lo aceptarían nuestros hijos: dos preadolescentes de 11 años y un niño de 8 años a punto de hacer la Comunión.
Teníamos la inquietud de vivir una Semana Santa en familia y cerca de Cristo, y a la vez poder ayudar y colaborar con la Iglesia.
Lo que nos encontramos superó cualquier expectativa: nos encontramos a Dios.
Teníamos la inquietud de vivir una Semana Santa en familia y cerca de Cristo, y a la vez poder ayudar y colaborar con la Iglesia.
Lo que nos encontramos superó cualquier expectativa: nos encontramos a Dios.
A través de nuestros hermanos-amigos misioneros que han sido todo un ejemplo y un auténtico regalo, hemos podido vivir multitud de buenos momentos: rezando, compartiendo experiencias, conociendo a gentes estupendas que viven tan lejos de nosotros, pero que están tan cerca de nuestro corazón, y por qué no reconocerlo, riéndonos por los cuatro costados.
La emoción al recordar a nuestro hijo pequeño, de 8 años, invitando a un señor mayor de uno de aquellos pueblos a que viniese a los Oficios a la vez que le regalaba un rosario y le explicaba como rezarlo. Una auténtica lección de aprender a ser como niños, a mirar la Fe como ellos, con valor, ingenuidad y compromiso.
El conocer a unos santos sacerdotes que viven entregados a su parroquia y en unas condiciones realmente duras y por los que intento rezar cada día.
El tomar contacto con la cruda realidad de la Iglesia en gran parte del medio rural: poca gente que vive cerca de Dios, que viven en pequeños núcleos poblacionales muy dispersos y la mayoría de ellos de una edad muy avanzada.
De alguna manera es constatar la realidad general de la Iglesia de hoy en día y del tiempo que nos ha tocado vivir. De las circunstancias para las cuales Dios nos pide a cada uno de nosotros que recemos, que seamos ejemplo y testimonio y que actuemos siendo apóstoles cada uno en nuestro ambiente. Sin duda, haber formado parte de Familia Misionera esta Semana Santa ha sido un regalo del Señor que esperamos poder repetir el próximo año.
La emoción al recordar a nuestro hijo pequeño, de 8 años, invitando a un señor mayor de uno de aquellos pueblos a que viniese a los Oficios a la vez que le regalaba un rosario y le explicaba como rezarlo. Una auténtica lección de aprender a ser como niños, a mirar la Fe como ellos, con valor, ingenuidad y compromiso.
El conocer a unos santos sacerdotes que viven entregados a su parroquia y en unas condiciones realmente duras y por los que intento rezar cada día.
El tomar contacto con la cruda realidad de la Iglesia en gran parte del medio rural: poca gente que vive cerca de Dios, que viven en pequeños núcleos poblacionales muy dispersos y la mayoría de ellos de una edad muy avanzada.
De alguna manera es constatar la realidad general de la Iglesia de hoy en día y del tiempo que nos ha tocado vivir. De las circunstancias para las cuales Dios nos pide a cada uno de nosotros que recemos, que seamos ejemplo y testimonio y que actuemos siendo apóstoles cada uno en nuestro ambiente. Sin duda, haber formado parte de Familia Misionera esta Semana Santa ha sido un regalo del Señor que esperamos poder repetir el próximo año.
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