“Desde el principio, la providencia de Dios, como la niebla en la montaña, envolvió todo lo relacionado con el viaje. Casi todos los matrimonios peregrinos, algunos desconocidos, eran hermanos de Emaús vinculados con el Real Monasterio de Santa Isabel y otros miembros del Regnum Christi. Elena y Quique, Ana y Nacho, Cuchi y Miguel, Luci y Pipo, Maricruz y Christian, Núria y Carlos. Ciertamente, Jesús se volvió para mirarnos. Notó que tocábamos su manto y salió a nuestro encuentro.
El P. Manuel Aromir, L.C., iba perfilando todo el camino, como los ríos que con la lluvia agrandan los lagos. Contactó con Johanna von Siemens, consagrada del Regnum Christi, que vive desde hace 10 años en Jerusalén, para que nos guiara durante toda la ruta. ¡Alabado sea Dios! ¡Nos había reservado a un ángel!
El padre, para prepararnos el alma, nos encargó una lista de reflexiones personales de cinco a diez minutos que acabaron siendo testimonios de vida, para quitar las máscaras, sanar las heridas, bautizos interiores, comunión, risas, llantos, abrazos. La brisa del campo que el polvo levanta.
Desde el primer día, desde la llegada al aeropuerto, Jesús nos acompañó en todo momento, no nos dejó de mimar. En Nazaret, nos esperaba una Hora Santa en la casa de María, en la Basílica de la Anunciación. ¡Qué manera de recibirnos! ¿Cuándo aprenderemos a hacer lo mismo con los que llegan a nuestro país, a nuestra casa, a nuestro hogar?
Anduvimos desde Nazaret hasta Caná, donde renovamos las promesas de nuestros matrimonios. Iglesias domésticas. ¡Jesús, te ruego, sigas bendiciendo nuestras familias!
Matrimonio de peregrinos orando en Magdala |
Partiendo de Caná subimos montañas, nos cegó la niebla, como quien anda sin fe, al poco llovió y salió el sol, cruzamos ríos y acabamos extenuados rezando todos juntos en Magdala. El P. Juan nos descubrió las huellas de su camino. La consagrada Alessandra nos animó a seguir el nuestro. Nos mostró cómo caminar, correr, brincar, incluso bailar por él. ¡Inolvidable Magdala! Los matrimonios adoramos al Santísimo. ¡Oh Dios, vela por nuestros hijos!
También fuimos de “turismo”, de romería, rezando el rosario, el ángelus y un sin fin de oraciones espontáneas. Visitamos la explanada de las bienaventuranzas, el milagro de los panes y los peces, el primado de Pedro, su casa, la Sinagoga de Cafarnaúm y nos embarcamos por el lago de Galilea con Jesús. ¡Qué misa más bonita!
También fuimos de “turismo”, de romería, rezando el rosario, el ángelus y un sin fin de oraciones espontáneas. Visitamos la explanada de las bienaventuranzas, el milagro de los panes y los peces, el primado de Pedro, su casa, la Sinagoga de Cafarnaúm y nos embarcamos por el lago de Galilea con Jesús. ¡Qué misa más bonita!
¡Por cierto, Jesús, has elegido unos colores preciosos para esta primavera! El trigo, verde fuerte. El cielo, azul intenso. El barro, chocolate, por supuesto. El mar… ¡No existen palabras!
Bajamos al Jordán y yo me preguntaba: ¿No sé qué van a limpiar si todos son santos? Con lo duro del camino… ni un mal gesto, ni una queja, todo desprendimientos y mirar por el prójimo. Realmente, aquello era el Edén, la tierra prometida. Rezos, cantos y risas. Allí, renovamos las promesas bautismales.
Cruzamos Jericó y entramos en el duro desierto. Donde nos encontramos con nosotros mismos, con nuestra soledad, nuestra debilidad, nuestras limitaciones, nuestras quejas. Jesús, hablándonos por signos, cuando perecieron las fuerzas, para llegar a destino nos trajo un borrico. ¡Tranquilo mi hijo, yo soporto tus penas! ¿Veis cómo es cierto lo que cuentan de las huellas en la arena? ¡Hagámosle un altar en lo alto, pidámosle que nos muestre el camino! ¡Dime por dónde Señor, que yo te amo, te sigo!
Llegamos a Jerusalén y nos acomodamos en Nôtre Dame. La guinda del viaje.
Caminamos hasta Ain Karem a la casa de Isabel, prima de la Virgen, quien esperó nuestra demorada llegada con las puertas abiertas. Alcanzamos Belén, donde mecimos al niño durante la misa, lo adoramos y besamos. De repente: Jesús se despidió diciendo… ¡Os espero más adelante! ¡Yo haré solo este camino!
Lo buscamos por el templo, por el barrio judío, el armenio, el musulmán y el cristiano. ¡Lo dimos por perdido! Lo encontramos en el cenáculo, en Getsemaní y en la Vía Dolorosa. Si no lo abrazo, no sé de mí qué hubiera sido. Llorando todo el rato, en el Santo Sepulcro nos metimos. Pasamos allí la noche, adorando, a quien nos había redimido.
Donde todo se cumplió, rezamos todo el grupo, cada matrimonio, cada uno, en total recogimiento, silencio, contemplación y comunión con Cristo. Reunidos en el calvario, mi mujer Núria se incorporó a la familia del Regnum Christi y cinco miembros renovamos nuestros compromisos, incluidos el P. Manuel y Johanna. El resto contemplaba y acompañaban jubilosos la entrega ante el cordero. Senderos que confluyen hacia el mismo cielo. Sin duda, todos vivimos la comunión de los santos en la tierra. Ese día, esa noche, los recordaremos siempre. Qué gozo, qué alegría… ¡Me muero!
El último día del viaje fuimos a Emaus, lugar emblemático para todos. Se celebró misa, se compartieron reflexiones y se volvió caminando a Jerusalén. Alegres, rezando, cantando, gritando: ¡Jesucristo ha resucitado! Eso ha sido este Camino de Jesús. ¡Como la vida misma! Un camino de santidad, unos ejercicios espirituales, un retiro de Emaús, un… Conocer tu casa, Jesús. ¡Te quiero!”.
Bajamos al Jordán y yo me preguntaba: ¿No sé qué van a limpiar si todos son santos? Con lo duro del camino… ni un mal gesto, ni una queja, todo desprendimientos y mirar por el prójimo. Realmente, aquello era el Edén, la tierra prometida. Rezos, cantos y risas. Allí, renovamos las promesas bautismales.
Cruzamos Jericó y entramos en el duro desierto. Donde nos encontramos con nosotros mismos, con nuestra soledad, nuestra debilidad, nuestras limitaciones, nuestras quejas. Jesús, hablándonos por signos, cuando perecieron las fuerzas, para llegar a destino nos trajo un borrico. ¡Tranquilo mi hijo, yo soporto tus penas! ¿Veis cómo es cierto lo que cuentan de las huellas en la arena? ¡Hagámosle un altar en lo alto, pidámosle que nos muestre el camino! ¡Dime por dónde Señor, que yo te amo, te sigo!
Llegamos a Jerusalén y nos acomodamos en Nôtre Dame. La guinda del viaje.
Caminamos hasta Ain Karem a la casa de Isabel, prima de la Virgen, quien esperó nuestra demorada llegada con las puertas abiertas. Alcanzamos Belén, donde mecimos al niño durante la misa, lo adoramos y besamos. De repente: Jesús se despidió diciendo… ¡Os espero más adelante! ¡Yo haré solo este camino!
Lo buscamos por el templo, por el barrio judío, el armenio, el musulmán y el cristiano. ¡Lo dimos por perdido! Lo encontramos en el cenáculo, en Getsemaní y en la Vía Dolorosa. Si no lo abrazo, no sé de mí qué hubiera sido. Llorando todo el rato, en el Santo Sepulcro nos metimos. Pasamos allí la noche, adorando, a quien nos había redimido.
Donde todo se cumplió, rezamos todo el grupo, cada matrimonio, cada uno, en total recogimiento, silencio, contemplación y comunión con Cristo. Reunidos en el calvario, mi mujer Núria se incorporó a la familia del Regnum Christi y cinco miembros renovamos nuestros compromisos, incluidos el P. Manuel y Johanna. El resto contemplaba y acompañaban jubilosos la entrega ante el cordero. Senderos que confluyen hacia el mismo cielo. Sin duda, todos vivimos la comunión de los santos en la tierra. Ese día, esa noche, los recordaremos siempre. Qué gozo, qué alegría… ¡Me muero!
El último día del viaje fuimos a Emaus, lugar emblemático para todos. Se celebró misa, se compartieron reflexiones y se volvió caminando a Jerusalén. Alegres, rezando, cantando, gritando: ¡Jesucristo ha resucitado! Eso ha sido este Camino de Jesús. ¡Como la vida misma! Un camino de santidad, unos ejercicios espirituales, un retiro de Emaús, un… Conocer tu casa, Jesús. ¡Te quiero!”.
Carlos Vallet
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