Everest School ha sido el lugar donde Constance pudo encontrar pedazos del puzzle que conforman su vida espiritual. Ella lo describe así, cada pieza es el testimonio de una persona que le ha llevado a entender que Cristo vive dentro de cada uno de nosotros. Este año, su hija Carlota y ella hicieron su Primera Comunión y fue un momento muy especial para ella y para toda su familia. A continuación, Constance nos cuenta su testimonio:
Constance Hochstrate:
En Alemania tu creencia religiosa depende un poco de la zona donde nazcas. La familia de mi madre se convirtió del judaísmo al cristianismo en el siglo XIX, y mis padres son protestantes bautizados pero no son practicantes. Mi padre, por ejemplo, cree más que Dios está en la naturaleza, sin embargo desde pequeña ha insistido en que tenga una vida espiritual. Siguiendo este consejo, siempre he tenido una relación muy cercana con Dios y con Jesucristo, he ido a misa... pero como protestante.
En 1997 fui a Inglaterra a estudiar y en este tiempo por casualidad iba a la parroquia de Saint Francis, y ahí encontraba yo mucha paz y mucha serenidad. En la parroquia había una inscripción de una frase de San Francisco que decía: “Es muy importante tener paz en tu corazón. Para llorar a los demás hay que tener paz en tu corazón”. Esta frase me ha impresionado muchísimo y me ha acompañado muchísimo.
En 1997 fui a Inglaterra a estudiar y en este tiempo por casualidad iba a la parroquia de Saint Francis, y ahí encontraba yo mucha paz y mucha serenidad. En la parroquia había una inscripción de una frase de San Francisco que decía: “Es muy importante tener paz en tu corazón. Para llorar a los demás hay que tener paz en tu corazón”. Esta frase me ha impresionado muchísimo y me ha acompañado muchísimo.
Luego encontré a mi marido. Él es español de Alicante, es católico. Mucha gente nos pregunta cómo nos casamos, pues lo hicimos por el rito mixto, es decir un rito católico pero con asistencia protestante. Nos casó el P. Ángel Camino, de la Parroquia San Manuel y San Benito, él ha sido también el sacerdote que bautizó a mis hijos y el que nos ha dado a Carlota, mi hija, y a mí la Primera Comunión.
A mí me hacía mucha ilusión hacer mi Primera Comunión con mi hija, de todos modos yo tenía muy claro que si me convertía no iba a ser por mi familia, sino porque yo estuviera realmente convencida y quisiera dar ese paso. No era hacerle un favor a mi marido ni a mis hijos. Yo noto que esto nos ha unido mucho más como familia.
La parte más difícil de todo esto fue haberle contado a mis padres sobre esta decisión que tomaba, y quiero agradecerles de todo corazón el cariño con el que acogieron la noticia. Dice mi padre que me ve más feliz, que realmente me ve acogida, acogida en una gran familia. Cuando le conté a mi madre se puso a llorar porque se esperaba una noticia grave... Me dijo: "¡Hija, pensé que me ibas a decir que tenías cáncer! Pero si es eso que me dices, me alegro mucho por ti".
Cuando le pedí a Inés Pou, la coordinadora de formación, hacer la primera comunión con mi hija, ella me preguntó si el colegio tenia algo que ver. Le dije: "No... ¡el colegio tiene todo que ver!". Primero, mis alumnas. El fervor, la pasión y la alegría con la que viven su fe todos los días han sido un testimonio muy importante. La fe no es algo que se tiene de un momento a otro, es un camino. Yo lo veo como un puzzle: cada vez que alguien te da testimonio es una pieza de él. Cada vez que veía a una de las chicas arrodillarse, cuando ayudan a alguien porque es Dios quien las mueve es otra pieza de este puzzle.
En segundo lugar está la familia, sobre todo, mi cuñada y mis amigas, que cada una de ellas lleva su cruz de manera diferente, el testimonio de las otras madres del colegio y la peregrinación madre e hija en Fátima. Todo esto me enseña que Jesús está dentro de nosotros y se manifiesta en los gestos más pequeños.
Le doy las gracias a Dios por este gran regalo que me ha dado, gracias por cuidar de mi familia, gracias por el ejemplo de mis alumnas. Realmente no me han convertido, ¡me han convencido!
La parte más difícil de todo esto fue haberle contado a mis padres sobre esta decisión que tomaba, y quiero agradecerles de todo corazón el cariño con el que acogieron la noticia. Dice mi padre que me ve más feliz, que realmente me ve acogida, acogida en una gran familia. Cuando le conté a mi madre se puso a llorar porque se esperaba una noticia grave... Me dijo: "¡Hija, pensé que me ibas a decir que tenías cáncer! Pero si es eso que me dices, me alegro mucho por ti".
Cuando le pedí a Inés Pou, la coordinadora de formación, hacer la primera comunión con mi hija, ella me preguntó si el colegio tenia algo que ver. Le dije: "No... ¡el colegio tiene todo que ver!". Primero, mis alumnas. El fervor, la pasión y la alegría con la que viven su fe todos los días han sido un testimonio muy importante. La fe no es algo que se tiene de un momento a otro, es un camino. Yo lo veo como un puzzle: cada vez que alguien te da testimonio es una pieza de él. Cada vez que veía a una de las chicas arrodillarse, cuando ayudan a alguien porque es Dios quien las mueve es otra pieza de este puzzle.
En segundo lugar está la familia, sobre todo, mi cuñada y mis amigas, que cada una de ellas lleva su cruz de manera diferente, el testimonio de las otras madres del colegio y la peregrinación madre e hija en Fátima. Todo esto me enseña que Jesús está dentro de nosotros y se manifiesta en los gestos más pequeños.
Le doy las gracias a Dios por este gran regalo que me ha dado, gracias por cuidar de mi familia, gracias por el ejemplo de mis alumnas. Realmente no me han convertido, ¡me han convencido!
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