Alberto Rosa.- Dice el refranero que “Tres jueves al año relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Efectivamente, el pasado 31 de mayo, el barrio barcelonés de Sarriá relució de una manera muy especial, ya que sacamos en procesión al Santísimo Sacramento, desde nuestra capilla de Adoración Perpetua del Real Monasterio Santa Isabel, hasta la parroquia St. Vicenç de Sarriá. Un día en el que celebramos además la Visitación, momento en el que la presencia del Señor se hizo patente a su prima Santa Isabel, y que nos hizo tener presente de una manera muy especial a nuestra Madre, que encabezaba la procesión en andas rodeada de flores.
El cuerpo del Señor nos alimentó en la Misa previa que se celebró en Santa Isabel, presidida por el P. Mark Thelen, L.C., y concelebrada por los PP. Joaquin Petit, Manuel Aromir, Jorge Ranninger y Xavier Carné, LC así como por el P. Pere Alavedra, sacerdote de la parroquia.
Acompañamos a Cristo Eucaristía por la arteria principal del barrio, la calle Mayor de Sarriá. Íbamos los fieles que adoran al Santísimo en la capilla de Adoración Perpetua, alumnos y padres de los colegios Regnum Christi de Barcelona, por los jóvenes y miembros del movimiento y viandantes que se sumaban a la procesión...
El alma del Señor susurraba en nuestros corazones y todos unidos en torno a la custodia rezábamos el Santo Rosario por las calles. La oración subía al cielo acompañada del humo del incienso que los acólitos portaban. Los transeúntes se paraban admirados, se abrían las ventanas al paso del Amor de los amores, le grababan y fotografiaban, al Rey de la Gloria.
Acompañamos a Cristo Eucaristía por la arteria principal del barrio, la calle Mayor de Sarriá. Íbamos los fieles que adoran al Santísimo en la capilla de Adoración Perpetua, alumnos y padres de los colegios Regnum Christi de Barcelona, por los jóvenes y miembros del movimiento y viandantes que se sumaban a la procesión...
El alma del Señor susurraba en nuestros corazones y todos unidos en torno a la custodia rezábamos el Santo Rosario por las calles. La oración subía al cielo acompañada del humo del incienso que los acólitos portaban. Los transeúntes se paraban admirados, se abrían las ventanas al paso del Amor de los amores, le grababan y fotografiaban, al Rey de la Gloria.
En la calle se hizo el silencio, la divinidad de Jesucristo, su presencia divina, estaba allí, podía sentirse. Su Majestad, rodeada de su corte: sus ministros, sus consagradas, sus adoradores... todos junto a Él.
El acto concluía en la Iglesia de St. Vicenç, donde con la nave central llena cientos de adoradores alabamos al Señor. Los cantos de los jóvenes y de las consagradas sublimaron nuestros sentidos y nos llevaron un poco más cerca del cielo si cabe.
Un día inolvidable para muchos, un día en el que los corazones emocionados al ver pasar al Señor por las calles de un mundo que no le quiere conocer hace brotar la esperanza.
El acto concluía en la Iglesia de St. Vicenç, donde con la nave central llena cientos de adoradores alabamos al Señor. Los cantos de los jóvenes y de las consagradas sublimaron nuestros sentidos y nos llevaron un poco más cerca del cielo si cabe.
Un día inolvidable para muchos, un día en el que los corazones emocionados al ver pasar al Señor por las calles de un mundo que no le quiere conocer hace brotar la esperanza.
Texto: Alberto Rosa
Fotos: Víctor Sanjuán
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