¿Qué sintió cuándo sus superiores le dijeron que sería ordenado por el Papa Juan Pablo II?
Me "tocaba" ordenarme sacerdote en diciembre del 89, pero mis superiores me pidieron que se podía retrasarlo al 91 para ser ordenado sacerdote por el Papa. Como se podrá suponer, la respuesta fue afirmativa de inmediato. Ya había tenido oportunidad de estar muy cerca de Juan Pablo II, desde que era universitario, con ocasión de su primer viaje a México, luego durante mi período de estudios en Roma me había tocado acolitar en varias misas celebradas por él. Cuando me lo pidieron sentí una gran emoción y luego una gran responsabilidad.
¿Es distinta una ordenación sacerdotal conferida por un Papa que
por un “obispo normal”?
Desde el punto de vista de la gracia que confiere el Orden sacerdotal no hay distinción alguna. La diferencia está en el momento y lo que representa el que el obispo oficiante sea nada más y nada menos que el Santo Padre. Con frecuencia, pero de manera especial en el aniversario de mi ordenación sacerdotal le digo a Nuestro Señor que conmigo ha sido muy detallista porque no sólo me ha dado el regalo de la vocación sacerdotal, sino el cómo y cuándo me lo dio. Hay una expresión que se usa en el vocabulario del béisbol y que se la digo tal cual al Señor en mi oración "te la volaste, Señor". |
¿Qué recuerda de aquel día?
Recuerdo que se me venían sentimientos encontrados, por momentos el miedo y temor al conocer mi debilidad ante lo que significaba recibir ese don tan grande y de la forma que lo iba a recibir, y por otro, la confianza y seguridad que Él, que me conocía mejor que yo y aún así me llamaba y me daba esta misión, me daría todas las gracias que necesitara para cumplirla. Fue una lucha interna dura. Pero al final ganó la acción de Dios.
Y ahora, al ver que efectivamente la Iglesia ha reconocido como santo al hombre que le ordenó sacerdote, ¿qué siente?
Pues aún más responsabilidad. Me gusta decir que si ahora no soy santo es definitivamente por mi culpa, porque Dios y Juan Pablo II han hecho lo que tenían que hacer. Por otro lado me da más seguridad en seguir pidiendo su intercesión por mi ministerio sacerdotal, de manera especial en el trabajo con los jóvenes.
Después de la ordenación sacerdotal, ¿tuvo algún encuentro más con Juan Pablo II?
La verdad es que no tuve ningún contacto directo. Sí siguiendo sus discursos, viajes, etc. Pero sí tuve la oportunidad de estar cerca suyo siendo hermano en Roma ayudando en una Misa que él celebraba en San Pedro para los familiares de los cardenales difuntos ese año. A mí me tocó ser uno de los cuatro que están cerca del Papa. Nos encontrábamos esperándolo en una sacristía que se había montado cerca del altar de la Cátedra de Pedro. Al llegar Juan Pablo II, sin mirar nada más que un crucifijo frente a la mesa donde estaban los ornamentos, cayó literalmente de rodillas metiendo la cabeza entre las manos y sólo levantándola para mirar el crucifijo. Así estuvo cerca de 10 minutos, luego se levantó y se revistió para celebrar la Eucaristía. Al terminar la misa y entrar a la sacristía, al quitarse los ornamentos volvió a arrodillarse y de nuevo estuvo así por diez minutos, se levantó y salió de la sacristía donde se encontró con otro grupo de acólitos a los que saludó cariñosamente. Al irse, los seminaristas a los que había saludado el Papa nos decían que qué suerte habíamos tenido al estar hablando diez minutos con el Papa, a lo que les aclaramos que había estado hablando con Dios, a nosotros no nos saludó.
¿Cómo es su relación actual con san Juan Pablo II?
Podría definirla de compañero de fatigas en el ministerio sacerdotal. Como decía antes, de manera especial cuando tengo que hablarles a los jóvenes, me encomiendo a él.
Otro día una mujer encaramada en la barda de la casa vecina nos pedía encarecidamente que acercáramos a su hijo pequeño al Papa porque estaba enfermo. Tendría el niño unos dos años y había nacido con una deformidad física en su cara y la mitad de su cuerpo. Uno de nosotros lo tomó y se lo acercó al Papa, quién lo tomó en sus brazos, lo abrazó fuertemente y lo bendijo en la frente. Imaginen la emoción de la madre. Esto fue un día casi anocheciendo. Al día siguiente por la mañana cuando el Papa ya había salido de la Delegación y todo estaba "tranquilo" vino un guardia de seguridad a decirnos que en la puerta había una señora que quería hablar con uno de nosotros. Otro joven y yo nos acercamos y ella no hacía más que llorar y decir ¡milagro! ¡milagro! Después de que se tranquilizó un poco nos contó que su esposo le había abandonado desde el momento del nacimiento del niño y que desde entonces no había sabido nada de él hasta esa mañana que viendo el padre del niño las fotos de Papa con su hijo, le había llamado para pedirle perdón y que quería volver con ella.
Padre, nos acaba de decir que estuvo con Juan Pablo II en su
primer viaje a México, ¿qué recuerdos guarda de aquella visita?
Tengo un recuerdo muy especial. Cuando el Papa viajó a México por primera vez, se hospedó en lo que en ese momento era la Delegación Apostólica, y a varios universitarios miembros del Regnum Christi nos invitaron a acompañar y ayudar allí. Una de las primeras noches nos encontrábamos varios de nosotros con las religiosas que atendían la casa recogiendo las cosas de la cena del Papa y su comitiva, eran cerca de la una de la madrugada y, de repente, ¡oh, sorpresa!, aparece el Papa en la puerta de la cocina apuntando con su dedo al reloj de su muñeca y diciendo "es muy tarde y hay que descansar", a lo que una religiosa le dijo: "Pero primero tenemos que cenar". El Papa nos bendijo los alimentos y nos instó a no retrasarnos mucho porque "mañana hay que madrugar". |
Otro día una mujer encaramada en la barda de la casa vecina nos pedía encarecidamente que acercáramos a su hijo pequeño al Papa porque estaba enfermo. Tendría el niño unos dos años y había nacido con una deformidad física en su cara y la mitad de su cuerpo. Uno de nosotros lo tomó y se lo acercó al Papa, quién lo tomó en sus brazos, lo abrazó fuertemente y lo bendijo en la frente. Imaginen la emoción de la madre. Esto fue un día casi anocheciendo. Al día siguiente por la mañana cuando el Papa ya había salido de la Delegación y todo estaba "tranquilo" vino un guardia de seguridad a decirnos que en la puerta había una señora que quería hablar con uno de nosotros. Otro joven y yo nos acercamos y ella no hacía más que llorar y decir ¡milagro! ¡milagro! Después de que se tranquilizó un poco nos contó que su esposo le había abandonado desde el momento del nacimiento del niño y que desde entonces no había sabido nada de él hasta esa mañana que viendo el padre del niño las fotos de Papa con su hijo, le había llamado para pedirle perdón y que quería volver con ella.
¡VTR! Como bien cuenta el P. Mario López, LC, es una gran responsabilidad también para esta humilde pecadora, criada con monjas y sacerdotes Polacos. También, admiradora de
ResponderEliminarSan Juan Pablo II desde muy joven el haberle conocido desde lejos pero lo suficiente para sentir algo indescriptible. En cuanto a P. Mario, una tremenda responsabilidad para con
Dios, con él y con los demás, al ser él desde hace años mi Director Espiritual. Una gracia inmerecida por la cual también he de agradecerle a Dios, pidiendo llegar estar tan cerca de Él como lo está él mismo. Que Dios siempre le guíe y le acompañe esté donde esté, siempre estará muy cerca de mi hogar mientras viva.