Se trató de una ceremonia que dejó varios detalles. El primero, que cada alumno se sentó entre su padre y su madre, un gesto que quiere reflejar la formación y el acompañamiento de las familias a los hijos en la fe. Después de decir los pecados al confesor y conocer su penitencia, cada alumno rompía el papel en el que había preparado su examen de conciencia. Ese fue el símbolo con el que los chicos y chicas se reafirmaron en su rechazo al pecado, y manifestaban su deseo de ser amigos de Jesús.
Por último, en un ambiente de oración, varios de los alumnos leyeron en voz alta unas cartas que habían escrito y en las que plasmaron el agradecimiento a sus padres, a sus catequistas y al colegio por su ayuda y atención en este nuevo paso en su relación con Cristo.
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