19 de abril de 2017

Don José Javier, párroco de Alborea: “Mis feligreses saben que la Iglesia está viva y que hay cristianos enviados a compartir su fe”

Una Semana Santa más, Familia Misionera ha vuelto a recorrer las calles de multitud de pueblos para llevar el mensaje del Evangelio a todas las personas y apoyar a los párrocos en la organización de los oficios y el resto de actividades religiosas de estos días. Han acudido a localidades como Amieva, Asturias, por 12º año consecutivo, o a Las Hurdes, Cáceres, por undécima ocasión. Pero también han llegado a nuevos lugares como Almanza, en León. En total, las más de 120 familias han misionado en nueve diócesis.

Los misioneros han visitado residencias de ancianos, abierto iglesias que durante el año permanecen cerradas, sacado pasos de procesiones, jugado al fútbol con los niños de los pueblos e, incluso, como en el caso de los misioneros que acudieron a la Sierra de Albarracín, han tenido un encuentro con el obispo de Teruel, monseñor Antonio Gómez.

Alborea, Las Eras, Villatoya y Zulema, en la provincia de Albacete, son los pueblos que atiende don José Javier Alejo. Este párroco contactó hace unos años con Familia Misionera cuando buscaba ayuda para llegar a todos sus feligreses. Hace dos años Familia Misionera acudió a ayudarle, pero el año pasado no fue posible. En esta ocación, seis familias de Highlands School Los Fresnos, 33 personas en total con los niños, han podido volver . Roberto, el responsable del grupo, y don José Javier han explicado a LomásRC su experiencia misionera de este año.


Roberto y Berta llevan ocho años haciendo misiones en Semana Santa, y han sido los responsables de las misiones en Alborea. Entre sus misioneros también se encontraban dos consagradas Yoli García y Carol Dodd, y un legionario que vino expresamente de Alemania para misionar, el P. Antón.

Roberto nos comenta que los pueblos se caracterizan por ser, sobre todo, gente mayor. Y, al igual que en las ciudades, estos también se caracterizan por la “falta de cariño y otros no tan mayores con mucha soledad”. Sin embargo lo apasionante del mundo rural es que “la gente siempre es muy hospitalaria y cariñosa. Sobre todo cuando vuelves año tras año. Vas creando vínculos con ellos y esperan la Semana Santa con impaciencia para verte”.

Crear oportunidades para el encuentro con Cristo

La gran diferencia del medio rural con la ciudad, nos explica, “es la falta de oportunidades para encontrarse con Dios, porque no hay párrocos suficientes y porque las acciones que promueven ese encuentro, por tanto, son escasas”. Y aquí es cuando Familia Misionera entra en acción: “No es lo mismo que un sacerdote solo se presente en una casa, a que llegue una familia rodeada de niños. Una puerta fría es muy duro para uno sólo, sabiendo que lo primero que te vas a encontrar es el no”.

Lo que hace falta en los medios rurales es promover más actividades en las que las personas puedan acceder a esa oportunidad: “Da igual el tipo o movimiento, la cuestión es provocar el encuentro –nos explica-. En Alborea se había misionado hacía dos años y ahora cuando hemos vuelto, nos hemos encontrado con personas que se habían acercado a la Iglesia a raíz de Familia Misionera. Pero también sirven otros movimientos como Cursillos, Emaús o retiros espirituales. Todo es poco, con tal de encender la mecha”.

Hay que cuidar a los sacerdotes
Roberto también señala la dificultad que experimental los sacerdotes de medios rurales: “La dureza está en llegar a las personas. En general, los párrocos tienen que estar muy seguros de sí mismos, porque la soledad también les afecta a ellos. Hay que cuidar mucho a los sacerdotes hoy en día, porque lo necesitan de verdad. Muchas veces son jóvenes, que tienen poca relación con otras personas de su edad y formación, que se sacrifican mucho por su vocación atendiendo a la gente mayor que queda en sus parroquias”.

A raíz de su experiencia, también nos explica que estos sacerdotes “tienen que ir de un lado a otro, haciendo miles de kilómetros al año, y abriendo las iglesias, encontrándolas a veces vacías, bien por falta de fe, bien por falta de población. Pero es más duro lo primero”.

Una experiencia matrimonial
En las misiones no sólo salen misionados los habitantes de estos pueblos. Los primeros en recibir la gracia son ellos mismos. Los niños tienen su propia experiencia, les cuestan a veces los oficios, “pero cuando llega la Semana Santa están deseosos de ir, porque, además de tener muy claro que lo que hacemos es necesario, hay un montón de momentos de convivencia con el resto de misioneros, acompañan al Señor y a las personas de los pueblos, y además juegan y se divierten”.

“De hecho -continua-, jugar es otra forma de misionar: no hay nada mejor que un partido de fútbol improvisado con el resto de niños del pueblo. Tú siembras y luego el Señor se encarga del resto. Puede que uno de esos niños crezca sin fe, pero en un momento de sufrimiento de adulto se acuerde de nosotros y se acerque a la Iglesia. Nunca se sabe…”.

Como matrimonio también es toda una experiencia: “Dios es amor. Las misiones ha sido para nosotros una manera de profundizar en nuestra fe y de hacerlo en familia. Dios nos renueva por dentro cada vez que vamos. Hay años que te toca más que otros, pero desde luego siempre vuelves ‘recolocado’ en la realidad”.

El párroco, una vida para los demás
Don José Javier Alejo, el párroco de Alborea, Las Eras, Villatoya y Zulema, nos explica que cada uno tiene su particularidad, su gente y su distancia entre ellos. Se llega a las personas “con muchas dificultades, ya que uno está solo para llegar a las 4 parroquias y preparar cada celebración, y muchas veces no tienes gente para ayudarte porque ya son mayores. Y además tienes que poner horarios muy ajustados para poder llegar a todas partes y es realmente agobiante”.

Ahora bien, la ayuda de Familia Misionera es muy oportuna: “A mis feligreses les queda el testimonio y la entrega de unas familias jóvenes que en estos días dedican sus vacaciones a evangelizar y apoyar aquí en pueblos pequeños. Les queda la sensación de que la Iglesia está viva y que hay cristianos que se sienten enviados a compartir su fe con ellos por amor a Cristo y a su Iglesia”.

Don José Javier es un párroco que confía en sus misioneros. Y por eso les ha pedido ayuda para preparar y acompañar todas las celebraciones, visitar a la residencia de ancianos, misionar por los pueblos, abrir un templo que durante el año permanece cerrado pero que al abrirlo ha permitido que los fieles de un balneario cercano pudieran asistir a las celebraciones e, incluso, impartir un cursillo Prebautismal.


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