28 de marzo de 2017

Misiones en Semana Santa | Patricio pasó de ateo a monaguillo gracias a “Juan, el misionero”

En cuestión de quince días comienzan para muchos jóvenes y familias las misiones de Semana Santa que organiza Juventud y Familia Misionera. Los jóvenes, como en años anteriores, irán a diversas parroquias de la diócesis de Murcia, y las familias se distribuirán por multitud de pueblos de toda la geografía nacional: Palencia, Albacete, Sevilla, Huesca, las Hurdes, Asturias... Juan Romero es un joven que ha participado en estas misiones en varias ocasiones, y de una de ellas cuenta para LomásRC esta experiencia que vivió con un joven al que invitó durante la noche de Jueves Santo a rezar en una iglesia ante el Santísimo. Este es su testimonio:

Juan Romero._ Fue en una noche de Jueves Santo de mis primeras misiones en la ciudad de Cartagena. Habíamos organizado una actividad conocida como Solnight, era una adoración eucarística en una iglesia situada en una calle muy concurrida de la ciudad. Nuestro objetivo era invitar y animar a las personas que nos encontrábamos en la calle a acercarse a la iglesia, rezar una breve oración y si querían confesarse. Viviendo de esta forma, la Semana Santa y en concreto el Jueves Santo de una forma más cercana a Dios.
Yo era escéptico de los resultados al principio, pero enseguida vi que funcionaba: despertaba gran curiosidad y predicaba con el ejemplo tan solo el hecho de que un grupo de jóvenes rezasen con tanto fervor y se acercasen con esa alegría invitando a todo aquel que encontraban a vivir el Jueves Santo un poquito más cerca de Dios.

Fui un gran afortunado, tuve la oportunidad de conocer a dos chicos estupendos, Patricio de 21 años y su primo. Además de curiosidad, estos chicos tenían inquietud, veían que querían algo más pero tenían miedo. No se habían confesado nunca, conocían la iglesia, creían que Dios tenía que existir y sabían que querían estar más cerca de Él, pero jamás se les había ofrecido directamente la oportunidad de reconciliarse con Él, ahora era el momento.

Recuerdo mucho tiempo hablando con Patricio. Él quería confesarse, pero le daba miedo. Yo traté de tranquilizarle contándole mi propia experiencia en la confesión y le recomendé un buen sacerdote amigo mío. En seguida me di cuenta de que no éramos tan distintos: dos chicos jóvenes tratando de acercarse a Dios. Yo tenía 17 años, quizá Dios me había concedido el don de la fe desde más pequeño, pero ahora me tocaba a mí darlo a conocer a Él.
Cuando Patricio terminó de confesarse, su sonrisa lo decía todo. En seguida me buscó y me preguntó: “¿Y ahora, qué?”. Yo le dije que rezase un poco y él me pidió ayuda. Su cara de asombro al ver que con Dios se podía dialogar más allá de repetir oraciones no tenía precio. Por último me dijo que quería ser misionero como nosotros haciéndome explicarle que no éramos consagrados ni religiosos, sólo gente joven dedicando unos días de su tiempo a hacer apostolado.

Por último le recomendé que hablase con el párroco, hiciese catequesis y se preparase para la Primera Comunión. Él, emocionado, me dijo que lo haría e intercambiamos los teléfonos, nombrándome él en su contacto como “Juan, el Misionero”.

Al año siguiente en misiones quedamos para vernos, y Patricio, emocionado, me dijo que no solo había hecho la catequesis, sino que además ahora era el monaguillo de la parroquia. Me enseñó con orgullo la cruz de misionero que yo le había regalado aquel día y que él mantenía en el pecho. No pudiendo ser un mejor ejemplo de cómo Dios actúa a través de las misiones.


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