¿Qué recuerda Usted de aquel 3 de enero de 1991?
Siento que uno vive en una especie de nube de la que uno nunca bajó. Fue un sueño la noticia de que el Papa Juan Pablo II nos iba ordenar sacerdotes. Un sueño que se hizo realidad, cuando nos vimos todos en la Basílica de San Pedro. Fue algo extraordinario, incluso para la historia de la Iglesia, pues nunca un Papa ha ordenado a 60 presbíteros de una misma congregación a la vez.
Padre, ¿aquello fue el principio o el final de algo en su vida?
Padre, ¿aquello fue el principio o el final de algo en su vida?
Fue como la subida a una cima en la que cuando uno sube puede ver todo lo que ha dejado atrás, los ríos, el paisaje… pero se da cuenta de que después de esta cima hay otras cimas más. Es un fin y es un principio. Hay otras cimas que ahora, después de 25 años, uno se da cuenta que ha tenido que subir y que ha ido dejando por detrás.
Yo calificaría estos 25 años de sacerdocio como de entusiasmo. Un entusiasmo inicial, que es fácil vivir, que se ha prolongado a lo largo de este tiempo, y en el que he vivido momentos que van desde la plenitud de la alegría hasta la tristeza. Y en ellos hay personas, experiencias…
Yo subrayaría los lugares en los que uno ha vivido su sacerdocio, desde la selva guaraní a la Patagonia, pasando por las altas cordilleras de los Andes, la Antártida, la tierra castellana, los desiertos de Judea… Son paisajes que engloban experiencias y engloban personas, como las que viven en algunas aldeas lejanas de todo y pasan el tiempo esperando que llegue el ‘padrecito’, gente de otras religiones que desconocen y desprecian nuestra fe, jóvenes en occidente indiferentes, o personas que están esperando con los brazos abiertos que entres en su casa.
Recuerdo en cierta ocasión haber celebrado Misa a los indios guaraníes. Sin embargo, ninguno de ellos pudo acceder a la comunión porque no estaban bautizados… Tú te planteas: “¿Qué hago celebrando misa si ninguno puede comulgar…?” En esos momentos te entra un celo apostólico…
Hay otro momento que a mí me conmovió mucho: tuve que atender a un chico budista con sida en el último momento de su vida. Un amigo suyo me pidió que fuera a atenderle, pero yo no podía darle la unción de los enfermos porque no era católico. Entonces, en ese último momento de su vida, le pregunté: “¿Te quieres bautizar?” Y él me contesta que sí... En ese momento le bauticé, le di la unción de los enfermos. Al día siguiente, murió. En esos momentos entiendes que has llevado un alma a Dios.
Yo subrayaría los lugares en los que uno ha vivido su sacerdocio, desde la selva guaraní a la Patagonia, pasando por las altas cordilleras de los Andes, la Antártida, la tierra castellana, los desiertos de Judea… Son paisajes que engloban experiencias y engloban personas, como las que viven en algunas aldeas lejanas de todo y pasan el tiempo esperando que llegue el ‘padrecito’, gente de otras religiones que desconocen y desprecian nuestra fe, jóvenes en occidente indiferentes, o personas que están esperando con los brazos abiertos que entres en su casa.
Recuerdo en cierta ocasión haber celebrado Misa a los indios guaraníes. Sin embargo, ninguno de ellos pudo acceder a la comunión porque no estaban bautizados… Tú te planteas: “¿Qué hago celebrando misa si ninguno puede comulgar…?” En esos momentos te entra un celo apostólico…
Hay otro momento que a mí me conmovió mucho: tuve que atender a un chico budista con sida en el último momento de su vida. Un amigo suyo me pidió que fuera a atenderle, pero yo no podía darle la unción de los enfermos porque no era católico. Entonces, en ese último momento de su vida, le pregunté: “¿Te quieres bautizar?” Y él me contesta que sí... En ese momento le bauticé, le di la unción de los enfermos. Al día siguiente, murió. En esos momentos entiendes que has llevado un alma a Dios.
No todos los padres legionarios han tenido la oportunidad de trabajar en tantos sitios y tan diferentes, como misionero. Otros viven siempre en lugares más urbanos…
Todos los legionarios somos misioneros, al menos en el corazón. Pero efectivamente es una gracia de Dios. A mí me sedujo la Legión por la misión que implicaba, y procedo de un ámbito familiar misionero, sea por la atracción de los misioneros que pasaban por casa, o el espíritu militar de mi familia… y sí, yo he sido destinado a esos lugares de frontera, de trinchera, de misión.
Y hablando justamente de su vida legionaria: ¿si tuviera que elegir de nuevo, elegiría ser sacerdote y sacerdote legionario de Cristo?
Y hablando justamente de su vida legionaria: ¿si tuviera que elegir de nuevo, elegiría ser sacerdote y sacerdote legionario de Cristo?
Es algo muy hermoso. Yo elegiría lo mismo. Dios te va desvelando muchas cosas que quizá en un primer momento no eras consciente, pero luego has ido viendo lo maravilloso que había detrás de ese plan del cual tú no entendías, te revelabas, te costaba… Por lo cual, si me preguntas, yo te digo que yo volvería a elegir lo mismo.
¿Ha cambiado mucho la Legión de Cristo desde que usted entró en el noviciado de Salamanca en 1980 hasta ahora?
¿Ha cambiado mucho la Legión de Cristo desde que usted entró en el noviciado de Salamanca en 1980 hasta ahora?
Dice Heráclito que nunca te bañarás en la misma agua. Y esto es algo que a todos nos sucede, sea en su vida matrimonial, en su propia nación, en su pueblo… el pasar de los años hace que no sea lo mismo. La Legión no queda exenta de esta corriente de agua y desde 1980 al 2016, han pasado muchas cosas, y éstas producen cambios.
¿Qué diría a un joven que siente inquietudes vocacionales?
¿Qué diría a un joven que siente inquietudes vocacionales?
Que sienta que Dios le ha llamado. Es importantísimo saber que Dios te ha llamado, que no es fruto de una circunstancia, de un momento… Hay que saber que hubo un momento en el que Dios te llamó. ¿Cómo, de qué forma…? Esto es lo maravilloso de Dios… Que Dios te puede llamar en un retiro espiritual, en una Jornada de la Juventud, de la muerte de un ser querido, en una lectura de un libro, de una visita al Sagrario… es una historia de amor en la que Dios se ha manifestado de muchas formas.
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