Lourdes:
"A las zonas donde solemos ir para Cristo de la calle son zonas por las que suelo estar en Madrid, y siempre que paso veo a las personas que están sentadas en la calle con sus carteles y camas improvisadas. Esto generó en mí una inquietud de quererlos ayudar porque perfectamente podríamos ser nosotros quienes estén en su situación.
Lo que me gusta de Cristo de la calle me ha dado la oportunidad de responder a esa inquietud que tenía y saber que puedo hacer algo no solo por sentirme bien sino por ver el resultado del apostolado en las personas, que es lo que verdaderamente llena. Cuando nos acercamos a ellos se sorprenden de que los vemos, de que les hablamos y nos interesamos en sus vidas. Se puede ver la sorpresa en sus rostros.
Las personas quieren comida, es lo lógico, pero no es principalmente lo que buscan: ellos quieren compañía. Me duele que estas personas se sientan ignoradas por las personas que pasan delante de ellos sin mirarles. Poder hablar con ellos y mostrarles que reconozco que existen y que somos personas, tanto ellos como nosotros, los que ayudamos, es lo que más me gusta.
La última experiencia de Cristo de la calle es la que más me ha impactado, porque fue cuando me di cuenta de lo que es la necesidad humana de convivir con otros y la necesidad de una mirada que les acoja.
En esta última salida, un hombre dijo que dejó de creer en Dios por las circunstancias que había vivido y unos niños que iban con nosotros le respondieron desde su inocencia que Dios existe. El hombre no supo contradecir a los niños y se topó con sentimientos encontrados. No es la primera vez que sucede algo así, nos encontramos con testimonios de duelo pero también testimonios de mucha fe que te dejan una lección: teniendo nada lo tienen todo."
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