Entrevista de Priscila Jiménez Alcocer
¿Qué
es para ti, Juan Mari, estar consagrado a Dios?
Siempre,
cuando hablo del tema con personas poco versadas en esto de la Iglesia, les
pongo el ejemplo de un matrimonio. Para mí, estar consagrado a Dios es como
estar casado con Cristo y, por extensión, con toda la Iglesia universal,
poniéndome a su servicio.
¿Cómo
es tu relación con Él? ¿Muy comunicativa, muchos silencios? Háblanos de
vosotros dos ¿cómo os lleváis? ¿cómo describirías vuestro trato?
Fijáos:
El otro día, hablando con mi director espiritual para preparar tanto la confesión
como la ceremonia, le dije que mi relación con el Señor, en cuanto a los
sentimientos se refiere, era, y es, muy fría. No siento nada. Estoy en esa
“noche oscura” de la que tanto hablan los “grandes místicos”. Es una lucha en
la cual parece como que, cuanto más sabes acerca de Dios, menos lo sientes y
tiendes a pensar que estás perdiendo la fe. En esta situación se encontró la
Beata Madre Teresa de Calcuta. Actualmente, ésta es mi situación.
Hace
algunos años, estando en Lourdes delante de Jesús sacramentado, sentí en mi
corazón una voz (no la oí físicamente) que me decía: “Vete con los tuyos. Ahí
te quiero Yo”. Entonces, interpreté mal aquellas palabras y empecé una
relación, un noviazgo, que duró cerca de tres años en los cuales la introduje
otra vez en la Iglesia. Al tercer año, al
término de unos ejercicios espirituales, empecé a ver que quizás no era aquella
la voluntad de Dios. Cuatro meses después, rompimos de mutuo acuerdo. Ella es
mi ahijada de Confirmación.
He
querido contar esta historia porque Dios está presente y va escribiendo su
propia historia de Amor con cada uno sobre renglones “retorcidos".
¿Cuál es la virtud que más te pides a Jesús?
La
virtud que más pido es la humildad, junto a la paciencia y la mansedumbre, ya
que las considero propias de Jesucristo en la Cruz.
¿Cómo
conociste el Regnum Christi?
Lo
fui conociendo por etapas. Primero conocí al padre Florencio en mi primera
peregrinación a Lourdes, allá por el año 1988. Entonces, mi ignorancia era casi
absoluta. Había oído hablar mucho del Opus Dei, pero, en realidad, no sabía
nada, tanto de ellos como, en general, de todo lo tocante a la religión
católica. Llegué, por ignorancia, al agnosticismo.
En
Lourdes fui conociendo, en sucesivas peregrinaciones y gracias al padre
Florencio, este gran Movimiento. El momento cumbre llegó cuando fui a unos
ejercicios con un grupo mixto dirigidos por él en diciembre de 1993 como parte
de un plan catequético con vistas a mi Confirmación. A partir de entonces, lo
tuve claro: mi familia sería el RC. Me incorporé en el año 1996.
¿Cómo te diste cuenta que estabas
hecho para ser consagrado?
En
el año 2000 le conté al padre J. A. Méndez que en mi adolescencia había
jugueteado con ciertos sacramentos como si yo fuese un sacerdote. (Parece
contradictorio con lo que he contado anteriormente, pero, repito, era un ignorante).
También le conté que, tras mi Confirmación, un amigo, que entonces era catequista
y que me invitó a que diese mi primera catequesis a un grupo de
confirmandos en su parroquia, me insinuó la posibilidad de la vocación
sacerdotal, que sería el primer sacerdote con parálisis cerebral…
El
padre, tras decirle lo que le respondí, me abrió una puerta. Me habló
directamente de la vida consagrada en el Movimiento Regnum Christi. La
verdad, me alegré, pero, a pesar de que inmediatamente me puse a escribir la carta
de solicitud de ingreso en el Tercer grado con la ayuda de Johannes Habsburg,
hoy un ex-consagrado que trabaja en Los Ángeles llevando un programa en
una radio católica, me entró pánico porque no estaba muy seguro y se paralizó
el tema, aunque Dios, cuando llama, no cesa, a pesar de todo.
Y
al final, tras seis años de tiras, novias y aflojas, tuve que decir como
Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jr 20, 7).
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Álbum de fotos de la renovación de promesas, pinchando en este enlace.
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