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| Iglesia-fortaleza de Portomarín (siglo XIII) |
Hoy los hermanos van a caminar otros 24 kilómetros. Llevan ya unas jornadas en ruta y el cansancio físico hace también su presencia. Ahora bien, hoy es jueves, y los novicios y sus formadores han meditado sobre lo que verdaderamente les alimenta y les da fuerza para seguir: la Eucaristía. El texto evangélico escogido es Mt 26, 26-28, la Última Cena. Es el propio Dios quien quiere estar con los hombres: “Son mis delicias estar con los hijos de los hombres”, leemos en el libro de Proverbios 8, 31. Y se queda en la Eucaristía, bajo las apariencias de pan y de vino. No se quiso conformar con dejarnos un recuerdo. Quiso quedarse Él mismo.
¿Qué pensaríamos –reflexionaban los hermanos esta mañana- si encontraran con un caminante hacia Santiago extenuado, tumbado en la cuneta, con la mochila repleta de alimentos, que lleva tres días de viaje sin probar bocado (¡hay tantas cosas que hacer, no tengo tiempo...!), y que se extrañase de su debilidad o le echase la culpa de su agotamiento a las dificultades del camino? Pues hay cristianos que actúan de la misma manera: tienen tantas cosas que hacer que no encuentran tiempo para recibir la Eucaristía, el Alimento imprescindible para la vida del alma, el “pan de nuestra peregrinación” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1392).
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