Arancha es la enfermera de Highlands School El Encinar. Cuando el colegio tuvo que cerrar las puertas para impartir clases online, ella se ofreció voluntaria en un hospital de Madrid para incorporarse al equipo de sanitarios dedicados a los enfermos por COVID-19. En esta entrevista que le ha hecho el colegio nos descubre cómo está viviendo ella esta experiencia que en su caso es una “llamada a la responsabilidad y la propia vocación: estar en donde nos corresponde estar”. Y cómo de la mano de su fe nos explica que “la oración es otro motor indispensable que me anima y alienta”. No te pierdas la entrevista.
Los sanitarios estáis siendo los superhéroes, el ritmo de trabajo y la exposición que vivís cada día es muy exigente. ¿Cómo estás viviendo esta situación?
Entiendo que desde “el otro lado”, la situación de los sanitarios se ve valiente, entregada, ejemplar y ciertamente, si ponemos nuestra mirada en el riesgo de ser contagiados por estar al cuidado de pacientes con COVID-19 y, por lo tanto, con una carga viral importante, así es. Desde hace ya unos meses, sabemos que estamos expuestos al contagio cada vez que recibimos a alguien en cualquier centro sanitario y ha habido días duros de gestionar emocionalmente por no poder asegurar todo el material de protección necesario tanto en hospitales, como en centros de salud, pero en especial en centros socio-sanitarios, la falta de materiales barrera ha sido desesperante.
Por mi propia experiencia y la de mis compañeros, la amenaza de ser contagiados ronda en la cabeza de todos, pero la llamada a la responsabilidad y la propia vocación sostienen la voluntad de estar en donde nos corresponde estar.
No quisiera olvidarme de muchos otros profesionales y personas, no sanitarios, que también han asumido riesgos, que también entienden su trabajo o su tarea, como un servicio a los ciudadanos y que consideran que la responsabilidad a la que estamos llamados está por encima del bienestar individual. Me refiero a bomberos, policías, guardias civiles, personal de mantenimiento y técnicos de hospitales o servicios sociales, voluntarios que están al lado de los más necesitados, personal de supermercados, de limpieza, cocineros, transportistas, sacerdotes que se han dejado el alma acompañando a enfermos, familiares y moribundos, un montón de personas que no han dejado de rezar para sostenernos a todos, gente maravillosa que no ha dudado en responder a esa “llamada a la responsabilidad” en la medida de sus dones y que se han aplicado duro por el bien de sus semejantes.
Para mí, esta experiencia tan inesperada e inimaginable, la estoy viviendo como una oportunidad de servicio que me permite poder dar sentido a lo que soy. No hay nada que haga más feliz al ser humano que responder a la misión que Dios ha pensado para cada uno de nosotros. Me siento privilegiada por reconocerme entre los propósitos de Dios para echar una mano en esta pandemia, por saber que estoy aquí para cuidar de otros, y poder ponerlo en práctica tanto en el colegio como, en estos momentos de necesidad, en el hospital. Lo vivo como una bendición.
Hay días más duros que otros. ¿De dónde sacáis las fuerzas para vuestro día a día, cuál es tu motor?
Por mi propia experiencia y la de mis compañeros, la amenaza de ser contagiados ronda en la cabeza de todos, pero la llamada a la responsabilidad y la propia vocación sostienen la voluntad de estar en donde nos corresponde estar.
No quisiera olvidarme de muchos otros profesionales y personas, no sanitarios, que también han asumido riesgos, que también entienden su trabajo o su tarea, como un servicio a los ciudadanos y que consideran que la responsabilidad a la que estamos llamados está por encima del bienestar individual. Me refiero a bomberos, policías, guardias civiles, personal de mantenimiento y técnicos de hospitales o servicios sociales, voluntarios que están al lado de los más necesitados, personal de supermercados, de limpieza, cocineros, transportistas, sacerdotes que se han dejado el alma acompañando a enfermos, familiares y moribundos, un montón de personas que no han dejado de rezar para sostenernos a todos, gente maravillosa que no ha dudado en responder a esa “llamada a la responsabilidad” en la medida de sus dones y que se han aplicado duro por el bien de sus semejantes.
Para mí, esta experiencia tan inesperada e inimaginable, la estoy viviendo como una oportunidad de servicio que me permite poder dar sentido a lo que soy. No hay nada que haga más feliz al ser humano que responder a la misión que Dios ha pensado para cada uno de nosotros. Me siento privilegiada por reconocerme entre los propósitos de Dios para echar una mano en esta pandemia, por saber que estoy aquí para cuidar de otros, y poder ponerlo en práctica tanto en el colegio como, en estos momentos de necesidad, en el hospital. Lo vivo como una bendición.
Hay días más duros que otros. ¿De dónde sacáis las fuerzas para vuestro día a día, cuál es tu motor?
La confianza que te da saber que estás haciendo lo correcto, que las circunstancias tan excepcionales que vivimos deben tener una respuesta tanto profesional como humana, te pone las pilas en un instante.
Hay momentos en la vida en los que las cosas se ven con una claridad inusitada a pesar del ambiente de cierto caos en el que se vive.
Tengo la bendición de contar con una familia que me apoya, acompaña y sustenta en todo momento; que, además, comprende y empatiza con la situación y quiere estar también al lado de aquellos que lo necesitan: nuestra casa se ha transformado en una fábrica de pantallas, salva-orejas y conexiones para respiradores que se distribuyen por toda la geografía madrileña y española, gracias a la colaboración de voluntarios que han creado una red de ayuda maravillosa.
Mis hijas, han tenido la oportunidad de participar con la Fundación Altius repartiendo cestas de alimentos a las familias que están en riesgo de exclusión, por lo que, ante tanta necesidad uno ve con claridad a qué tiene que dedicar energías. Cada uno, en la medida de nuestras posibilidades, lo que sabemos hacer y lo que somos, nos unimos a otras iniciativas para sumar fuerzas.
Este es un motor muy importante que me impulsa cada día y, por otro lado, debo confesar que desde que empecé en el hospital, he solicitado a mucha gente querida que rece por mi nueva labor y la de todos los que estamos unidos en esta tarea de salvaguardar la seguridad y la salud de las personas.
La oración es otro motor indispensable que me anima y alienta. Tengo la confianza en que todo lo que Dios hace en la Tierra, lo hace en respuesta a una oración sincera y en que Él escucha todas y cada una de las oraciones que hacemos desde lo más profundo de nuestro corazón.
Pero debo reconocer que, en estos días, he tenido momentos de enfado, no con Dios, sino con la situación y he necesitado explicaciones “razonables” para no desalentarme.
En estos momentos en los que mi lado más racional se ha querido posicionar en primera línea, la oración ha sido mi amparo y mi baluarte: el Señor nos dijo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28-30) y efectivamente, así lo experimento, Él no me deja sola, está a mi lado y en Él descanso mis preocupaciones… Gracias a esta certeza, tengo ánimo todos los días.
Dentro de esta situación tan dramática, seguro que hay brotes de esperanza, no sé si puedes compartir con nosotros alguna historia donde hayas podido vivir lo mejor de las personas en estos momentos tan duros.
Hay momentos en la vida en los que las cosas se ven con una claridad inusitada a pesar del ambiente de cierto caos en el que se vive.
Tengo la bendición de contar con una familia que me apoya, acompaña y sustenta en todo momento; que, además, comprende y empatiza con la situación y quiere estar también al lado de aquellos que lo necesitan: nuestra casa se ha transformado en una fábrica de pantallas, salva-orejas y conexiones para respiradores que se distribuyen por toda la geografía madrileña y española, gracias a la colaboración de voluntarios que han creado una red de ayuda maravillosa.
Mis hijas, han tenido la oportunidad de participar con la Fundación Altius repartiendo cestas de alimentos a las familias que están en riesgo de exclusión, por lo que, ante tanta necesidad uno ve con claridad a qué tiene que dedicar energías. Cada uno, en la medida de nuestras posibilidades, lo que sabemos hacer y lo que somos, nos unimos a otras iniciativas para sumar fuerzas.
Este es un motor muy importante que me impulsa cada día y, por otro lado, debo confesar que desde que empecé en el hospital, he solicitado a mucha gente querida que rece por mi nueva labor y la de todos los que estamos unidos en esta tarea de salvaguardar la seguridad y la salud de las personas.
La oración es otro motor indispensable que me anima y alienta. Tengo la confianza en que todo lo que Dios hace en la Tierra, lo hace en respuesta a una oración sincera y en que Él escucha todas y cada una de las oraciones que hacemos desde lo más profundo de nuestro corazón.
Pero debo reconocer que, en estos días, he tenido momentos de enfado, no con Dios, sino con la situación y he necesitado explicaciones “razonables” para no desalentarme.
En estos momentos en los que mi lado más racional se ha querido posicionar en primera línea, la oración ha sido mi amparo y mi baluarte: el Señor nos dijo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28-30) y efectivamente, así lo experimento, Él no me deja sola, está a mi lado y en Él descanso mis preocupaciones… Gracias a esta certeza, tengo ánimo todos los días.
Dentro de esta situación tan dramática, seguro que hay brotes de esperanza, no sé si puedes compartir con nosotros alguna historia donde hayas podido vivir lo mejor de las personas en estos momentos tan duros.
Lo primero que me llamó la atención cuando me incorporé al hospital fue ver que los equipos de personal que atendía a los pacientes en plantas y UCI de COVID, eran profesionales que, antes de la pandemia, tenían una dedicación muy diferente a la que requiere un paciente con neumonía. Alergólogos, pediatras, cardiólogos, ginecólogos, etc. y enfermeros de consultas, banco de sangre, neonatología, etc., eran los que formaban los equipos de asistencia a los pacientes con coronavirus. El hospital se había reconvertido y puesto a disposición de la lucha contra la pandemia, lo más valioso con lo que cuenta: su personal.
Cuando llegué al hospital, ya estaban instaurados los protocolos de actuación ante el COVID-19 y los sanitarios, a pesar de su temor razonable a la infección, a lo desconocido de la enfermedad y a las nuevas circunstancias de trabajo, no se achantaron en ningún momento.
Esta experiencia ha hecho que me maraville de la capacidad del ser humano para reaccionar ante las dificultades y de crecer en humanidad y en solidaridad. Se han vivido momentos muy fraternales, en los que las debilidades de unos han sido sustentadas por los compañeros: son muy duros los primeros días en los que atiendes enfermos con el tipo de aislamiento que requiere el COVID, o cuando pasas visita en plantas con pacientes que nada tienen que ver con tu especialidad, pero ante la falta de internistas, neumólogos e intensivistas, los grandes médicos que tenemos en este país, no han dudado en ponerse a estudiar “otras cosas”, en hacer equipo y sumar conocimientos y su buen hacer, para que nadie se quede desatendido.
En mi segundo día en el hospital, asistí a la primera alta que firmaba una cardióloga a un paciente de coronavirus y sin apenas conocernos, todo el personal de la planta nos contagiamos de su alegría y lloramos de la emoción.
No en pocas ocasiones nos hemos emocionado ante el alta de los pacientes: ver que tras un montón de días en la UCI o en planta, los pacientes pueden irse a casa o a un hotel medicalizado, se ha vivido como una verdadera victoria.
Por otro lado, ante la imposibilidad de que los familiares puedan acompañar a los pacientes, los sanitarios hemos suplido esta compañía tan necesaria con una conversación llena de ánimo, con nuestras miradas de afecto, nuestra empatía y palabras de esperanza, pero también les hemos llevado correos electrónicos de gente anónima que ha tratado de procurar un poco de calor con sus palabras llenas de ánimo a personas enfermas desconocidas.
En todo momento he visto la mano de Dios y de la Virgen en nuestro quehacer diario: Ellos, que tanto nos quieren, no nos han abandonado en ningún momento y nos han acompañado en el dolor y en la alegría de la recuperación.
Cuando llegué al hospital, ya estaban instaurados los protocolos de actuación ante el COVID-19 y los sanitarios, a pesar de su temor razonable a la infección, a lo desconocido de la enfermedad y a las nuevas circunstancias de trabajo, no se achantaron en ningún momento.
Esta experiencia ha hecho que me maraville de la capacidad del ser humano para reaccionar ante las dificultades y de crecer en humanidad y en solidaridad. Se han vivido momentos muy fraternales, en los que las debilidades de unos han sido sustentadas por los compañeros: son muy duros los primeros días en los que atiendes enfermos con el tipo de aislamiento que requiere el COVID, o cuando pasas visita en plantas con pacientes que nada tienen que ver con tu especialidad, pero ante la falta de internistas, neumólogos e intensivistas, los grandes médicos que tenemos en este país, no han dudado en ponerse a estudiar “otras cosas”, en hacer equipo y sumar conocimientos y su buen hacer, para que nadie se quede desatendido.
En mi segundo día en el hospital, asistí a la primera alta que firmaba una cardióloga a un paciente de coronavirus y sin apenas conocernos, todo el personal de la planta nos contagiamos de su alegría y lloramos de la emoción.
No en pocas ocasiones nos hemos emocionado ante el alta de los pacientes: ver que tras un montón de días en la UCI o en planta, los pacientes pueden irse a casa o a un hotel medicalizado, se ha vivido como una verdadera victoria.
Por otro lado, ante la imposibilidad de que los familiares puedan acompañar a los pacientes, los sanitarios hemos suplido esta compañía tan necesaria con una conversación llena de ánimo, con nuestras miradas de afecto, nuestra empatía y palabras de esperanza, pero también les hemos llevado correos electrónicos de gente anónima que ha tratado de procurar un poco de calor con sus palabras llenas de ánimo a personas enfermas desconocidas.
En todo momento he visto la mano de Dios y de la Virgen en nuestro quehacer diario: Ellos, que tanto nos quieren, no nos han abandonado en ningún momento y nos han acompañado en el dolor y en la alegría de la recuperación.
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