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El Señor “va a formar en vuestra vida esa diaconía de Él, ese rostro que tuvo de servicio y de entrega a los más pobres, a los que más necesitaban”. El prelado les animó a no guardar la vida para ellos mismos y a exponerla. “La vida no es vuestra, es del Señor”, dijo. “Y el Señor quiere que sea de la gente, de los hombres, y para todos los hombres”. Porque “no sois diáconos solo para un servicio concreto; el Señor quiere que os lancéis a este mundo y a todos los hombres que os encontráis por el camino para relatarles, con vuestra propia vida, lo que es la compasión y la misericordia de Dios”. El cómo y el dónde tenían un solo camino y una única respuesta, y lo hacían verdad los ojos emocionados del purpurado: “En el servicio concreto y en sus necesidades concretas”.
El cardenal, de la mano de Moisés y afianzado a la promesa del Antiguo Testamento, alentó a los diáconos a “sentir”, “acoger” y “vivir” lo que vivió el profeta: “Inclinaos ante el Señor, echaos en tierra”. De esa manera, “tomad como pasión grande de vuestra vida el interceder como Cristo por los más necesitados; en necesidades diversas, no solamente las materiales, sino aquellas que vienen de desconocer que son hijos de Dios y hermanos de los hombres”.
En ese sentido, aseveró que esa diaconía que el Señor les entrega tiene un cántico especial para ellos, hecho vida con una serie de notas: “Sed diáconos de la hospitalidad, de la escucha, de la alegría, de la esperanza, del discernimiento”. Salid de uno mismo, señaló, “para acoger con alegría la parte de verdad del otro, que el otro me comunica”, y “caminad junto al otro, juntos, hacia la verdad plena, que es Jesucristo, a la que vosotros queréis servir”. Esta, subrayó, “es la gran hospitalidad que el Señor os pide: es una nota esencial en vuestra vida”.
Así, clavándose en el corazón de cada uno de los presentes, destacó: “Sed diáconos de la alegría, de esa alegría, que es la alegría del Evangelio”. Porque el mundo hoy “necesita esa alegría que nace del encuentro con Cristo y con los hermanos, de la escucha abierta y sincera de la palabra de Dios”. La alegría, refrendó, “es una hermosa realidad que tiene que estar en vuestra vida de diáconos”. Y en este desafío por cumplir, aseveró: “No hagáis una Iglesia triste, porque es un triste Iglesia. No hagáis esto”. Y amad “como Él amó y sin guardar nada” porque, como san Pablo, “considerad que todo es una pérdida si no tenemos a Jesucristo”. Y salid “como Jesús”, concluyó, “no juzgando, sino amando”.
Con el P. Nicolás Núñez, L.C., se ordenaron diáconos seminaristas del Seminario Conciliar de Madrid, del Seminario Misionero Redemptoris Mater y dos religiosos de los Discípulos de los Corazones de Jesús y María.
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