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15 de diciembre de 2015

Cardenal Stella a los neosacerdotes: en este Año de la Misericordia, “sean testigos y ministros de la misericordia y no se cansen de perdonar”

El Cardenal Beniamino Stella, Prefecto de la Congregación para el Clero, ha ordenado sacerdotes el pasado sábado 12 de diciembre, a 44 legionarios de Cristo en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma. Dos de ellos son españoles: el P. Alberto Puértolas, de Barcelona, y el P. Julio Muñoz, de Madrid. Asistieron a la ceremonia cerca de 3 mil personas entre familiares y amigos. En su homilía, el Cardenal ha querido manifestar que estos nuevos sacerdotes son “un don para la Iglesia y para la humanidad y por ellos son tantas las razones para la alegría”. Para las partes invariables de la Misa se cantó la Missa Misericordiae compuesta por Marcela de Maria y Campos, consagrada del Regnum Christi.

El Cardenal Stella presentó algunos rasgos característicos del sacerdote, desde su vocación hasta su misión. Por ejemplo distinguió entre carrera y vocación: “En una carrera el hombre es el protagonista absoluto: elabora un proyecto, se forma para realizarlo, cultiva especialmente las relaciones que considera útiles para alcanzarlo. Podemos decir que la carrera es un plan concebido y realizado con determinación. No es así con la vocación –aclaró el cardenal-. En ella la iniciativa es de Dios y el primer paso lo da Él. La vocación es una respuesta dada por amor a Uno que llama. Es acogida y relación, no un proyecto”.

Riesgos de los sacerdotes

Advirtió también sobre los peligros que existen en la vivencia de la vocación sacerdotal: “Se van quitando del centro los elementos esenciales del sacerdocio hasta lograr que ocupen el lugar central nuestros intereses personales y nuestras habilidades. Y así se relega a un segundo plano, a los márgenes de nuestra vida y por desgracia también de la jornada, el sacerdocio y su valor intrínseco, con sus exigencias profundas, sacramentales y de espiritualidad personal, que lo nutren y le dan la vitalidad que le es intrínseca y propia”.

Lo que el sacerdote ofrece a sus hermanos
Insistió en que “el tesoro más precioso que todo sacerdote debe cultivar a lo largo de toda su vida y custodiar con temor y temblor, es solo Cristo en su corazón, en una relación de amor de discípulo, dando testimonio de ella con una vida buena según el Evangelio, al servicio de los hermanos que se concreta en la celebración de la Eucaristía y la disponibilidad para el sacramento de la Reconciliación. Éste es nuestro centro de vida interior, esto es lo que cada sacerdote tiene para ofrecer a sus hermanos, para reconciliarlos en profundidad y hacerlos amar la vida como don de Dios. Así se puede llegar a suscitar en el corazón de la humanidad la confianza en un Dios que es Padre, la alegría del Evangelio y la esperanza que no defrauda y que nace de él”.

Por último, invitó a los nuevos sacerdotes a vivir el Jubileo de la Misericordia como “testigos y ministros de la misericordia en este tiempo, como parte sustancial de la misión que hoy la Iglesia os confía. Al hacerlo, sobre todo, no se cansen de perdonar”, y recordó: “Jesús ha enviado a sus discípulos al mundo para que fueran obreros al servicio del Reino. El don del sacerdocio, entonces, no es cuestión de prestigio o de encumbramiento ni en la Iglesia ni en vuestra Congregación, sino de misión, en virtud de la vocación inicial”.

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