Las sorpresas de Dios
Sobre preservar la frescura del carisma, entre otras cosas señaló que “aunque una cierta institucionalización del carisma es necesaria para su propia supervivencia, no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando en que las estructuras externas pueden garantizar la acción del Espíritu Santo (…) la novedad, aunque también son importantes, está en la disposición a responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor”. Hay que estar “siempre en movimiento, siempre abierto a las sorpresas de Dios”.
Caminar sin espectáculo
En segundo lugar insistió el Sucesor de Pedro en la importancia de “cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a los jóvenes”. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tiene dificultad para tomar sus propias decisiones “por ello tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a otros las decisiones importantes de la vida. Es preciso resistir la tentación de sustituir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente. Cada persona tiene su tiempo, camina a su modo y debemos acompañar este camino. Un progreso moral o espiritual obtenido en base a la inmadurez de las personas es un éxito aparente, condenado a naufragar. ¡Más vale pocos, pero andando siempre sin buscar el espectáculo!”
Cristo no ha muerto por mis ideas
El tercer aspecto sobre el que advirtió el Papa es la comunión entre todos en el seno de la Iglesia. Aquí fue especialmente exigente cuando explicó que “para que el mundo crea que Jesús es el Señor es preciso que vea la comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencia, el terrorismo de los chismorreos, por favor... si se ven estas cosas, cualquiera que sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? (…) el hermano vale mucho más que nuestras posiciones personales: por él Cristo derramó su sangre (cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no ha derramado nada!”
Para concluir, el Papa Francisco señaló que “para llegar a la madurez eclesial, por lo tanto, mantengan -repito- la frescura del carisma, respeten la libertad de las personas y busquen siempre la comunión. No olviden, sin embargo, que para lograr este objetivo, la conversión debe ser misionera”.
Discurso del Santo Padre al
Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales
y de las Nuevas Comunidades
Sala Clementina
Sábado, 22 de noviembre 2014
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les
doy la bienvenida con mucho gusto, con motivo del Congreso que están celebrando
con el apoyo del Consejo Pontificio para los Laicos. Agradezco al cardenal
Rylko, también por sus palabras, y a Mons. Clemens. En el centro de su atención
en estos días hay dos elementos esenciales de la vida cristiana: la conversión y la misión. Estas dos están íntimamente ligadas. De hecho, sin una
verdadera conversión del corazón y de la mente no se anuncia el Evangelio, pero
si no nos abrimos a la misión no es posible la conversión y la fe se vuelve
estéril. Los Movimientos y las Nuevas Comunidades que ustedes representan están
ya proyectados hacia la fase de madurez eclesial, que exige una actitud vigilante
de conversión permanente, a fin de hacer siempre más vivo y fecundo el empuje evangelizador.
Por lo tanto, me gustaría ofrecerles algunas sugerencias para su camino de fe y
vida eclesial.
1.
Ante todo es necesario
preservar la frescura del carisma: ¡que
no se arruine la frescura! ¡Frescura del carisma! Renovando siempre el
"primer amor" (cf. Ap 2,4).
Con el tiempo, de hecho, crece la tentación de contentarse, de endurecerse en esquemas
tranquilizadores, pero estériles. La tentación de enjaular al Espíritu: ¡esta
es una tentación! Sin embargo, "la realidad es más importante que la
idea" (cf. Exhor. ap. Evangelii
gaudium, 231-233); aunque una cierta institucionalización del carisma es
necesaria para su propia supervivencia, no debemos engañarnos a nosotros mismos
pensando en que las estructuras externas pueden garantizar la acción del
Espíritu Santo. La novedad de sus experiencias no consiste en los métodos ni en
las formas, la novedad, aunque también son importantes, está en la disposición
a responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es este coraje
evangélico el que ha permitido el nacimiento de sus movimientos y nuevas
comunidades. Si las formas y métodos son defendidos en sí mismos se vuelven
ideológicos, lejos de la realidad que está en continua evolución; cerrados a la
novedad del Espíritu, terminarán sofocando al carisma mismo que los generó. Es
preciso volver siempre a las fuentes de los carismas y encontrarán el impulso
para afrontar los retos. Ustedes no han hecho una escuela de espiritualidad
así; no han hecho una institución de espiritualidad así; no tienen un grupo...
¡No! ¡Movimiento! Siempre en camino, siempre en movimiento, siempre abierto a
las sorpresas de Dios, que están en sintonía con la primera llamada del
movimiento, con aquel carisma fundamental.
2.
Otra cuestión se
refiere a cómo acoger y acompañar a
los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a los jóvenes (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 105-106). Somos parte
de una humanidad herida, - ¡debemos decir esto! - donde todas las agencias
educativas, especialmente la más importante, la familia, tienen serias
dificultades casi en cualquier parte del mundo. El hombre de hoy vive serios
problemas de identidad y tiene dificultad para tomar sus propias decisiones;
por ello tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a otros las
decisiones importantes de la vida. Es preciso resistir la tentación de
sustituir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente.
Cada persona tiene su tiempo, camina a su modo y debemos acompañar este camino.
Un progreso moral o espiritual obtenido en base a la inmadurez de las personas
es un éxito aparente, condenado a naufragar. ¡Más vale pocos, pero andando
siempre sin buscar el espectáculo! La educación cristiana requiere más bien de
un acompañamiento paciente que sabe esperar el tiempo de cada uno, como lo hace
con cada uno de nosotros el Señor: ¡el Señor tiene paciencia con nosotros! La
paciencia es la única vía para amar de verdad y llevar a las personas a una
relación sincera con el Señor.
3.
Otra indicación es aquella
de nunca olvidar que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión. Se trata de la gracia suprema
que Jesús nos ha conquistado en la cruz, la gracia que resucitado pide
incesantemente para nosotros, mostrando sus llagas gloriosas al Padre: «Como
tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn
17,21). Para que el mundo crea que Jesús es el Señor es preciso que vea la
comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencia,
el terrorismo de los chismorreos, por favor... si se ven estas cosas,
cualquiera que sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? Recuerden este otro principio:
«La unidad prevalece sobre el conflicto» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 226-230), porque el hermano vale mucho más que
nuestras posiciones personales: por él Cristo derramó su sangre (cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no ha
derramado nada! La verdadera comunión, entonces, no puede existir en un
movimiento o en una nueva comunidad, si no se integra en la comunión más grande
que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte
(cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 234-237)
y la parte tiene sentido en relación al todo. Además, la comunión consiste también
en afrontar juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la
familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad
religiosa y de la educación. En particular, los movimientos y las comunidades
están llamados a trabajar juntos para ayudar a sanar las heridas causadas por
una mentalidad globalizada que se centra en el consumo, olvidando a Dios y los
valores esenciales de la existencia.
Para
llegar a la madurez eclesial, por lo tanto, mantengan - repito - la frescura del carisma, respeten la libertad de las personas y busquen siempre
la comunión. No olviden, sin embargo,
que para lograr este objetivo, la conversión debe ser misionera: la fuerza para
vencer las tentaciones y las deficiencias proviene de la profunda alegría de
proclamar el Evangelio, que está a la base de todos sus carismas. De hecho, «cuando
la Iglesia llama al compromiso de la evangelización, no hace otra cosa que
indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal» (cf.
Exhor. ap. Evangelii gaudium, 10), la
verdadera motivación para renovar la propia vida, porque la misión es
participación en la misión de Cristo, que nos precede siempre y nos acompaña
siempre en la evangelización.
Queridos
hermanos y hermanas, ustedes ya han aportado muchos frutos a la Iglesia y al
mundo entero, pero aportarán otros aún mayores con la ayuda del Espíritu Santo,
que siempre suscita y renueva dones y carismas, y con la intercesión de María, no
cesa de socorrer y acompañar a sus hijos. Vayan delante: siempre en
movimiento... ¡No paren nunca! ¡Siempre en movimiento! Os aseguro mi oración y les
pido que oren por mí - lo necesito realmente – mientras los bendigo de corazón.
(Aplausos)
Ahora
les pido, todos juntos, recemos a la Virgen María, que ha probado esta
experiencia de conservar siempre la frescura del primer encuentro con Dios, de
ir adelante con humildad, pero siempre en camino, respetando el tiempo de las
personas. Y luego también de no cansarse nunca de tener ese corazón misionero.
(Ave María)
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