El derecho-deber de los padres a educar a sus hijos,
el derecho-deber de la Iglesia a colaborar con ellos y lo
que debe ser una escuela católica son los tres temas que abordó el Prefecto
de la Congregación para la Educación Católica, el Cardenal Grocholewski, en una conferencia en el Seminario de Madrid, el pasado 21 de marzo.
El cardenal remarcó que las escuelas católicas deben
ser lugares de formación católica, con una fe incólume, firmes constructores de
un mundo mejor que ayude a los otros a construir una verdadera libertad desde
la Verdad. Cuanto más conserven su clara identidad, tanto más fructífero será
su legado.
El derecho-deber de los padres a educar a sus hijos
El
Cardenal explicó que educar no es solo transmitir “contenidos”, sino también
“hábitos y valores”, y por eso los padres tienen el gravísimo deber y el
derecho de dar a sus hijos una educación por el hecho de haberles dado la vida.
Citando la declaración conciliar Gravissimum educationis, sobre la
educación cristiana, afirmó “puesto que los padres han dado la vida a los
hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que
reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este
deber de la educación familiar es de tanta transcendencia que, cuando falta,
difícilmente puede suplirse” (n. 3).
Los padres encargan la educación a la
escuela
También
se refirió a la exhortación apostólica de Juan Pablo II, Familiaris consortio, en la que papa explica que es un derecho
inalienable de los padres, en el que son insustituibles, y prevalente frente
cualesquier otros derechos que puedan ostentar otros sujetos o instituciones. Y
esto por “la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos;
como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser
totalmente delegado o usurpado por otros” (n. 36).
Ahora
bien, el mismo Papa Juan Pablo II afirma que existe el “principio de
subsidiaridad”, es decir, que “los padres no son capaces de satisfacer por sí
solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a
la instrucción y al amplio sector de la socialización. La subsidiariedad
completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamental,
porque cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en
nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por
encargo suyo” (Carta a las
Familias n. 16, del año 1994).
La educación de la Iglesia Católica
Por
su parte, la Iglesia tiene el derecho-deber de asistir a ese principio de
subsidiariedad. No es algo ajeno a su función, y el propio Código de Derecho
Canónico señala que las diócesis tienen el deber de crear y mantener escuelas
católicas. Y todos los fieles en general deben fomentar los centros de
enseñanza católicos, ayudando a crearlos y mantenerlos (Cf. cánones 798-802).
En otras palabas, el munus docendi
corresponde a los obispos, por lo que es
necesaria una gran colaboración entre la Escuela católica y la autoridad
eclesial, pues la educación es una forma excelsa de evangelización misionera, y
las instituciones educativas católicas cumplen su misión en nombre de la
Iglesia.
La
Escuela católica, por tanto, está insertada en la obra de la evangelización.
Debe actuar en plena sintonía con los pastores, de quienes tienen el mandato de
educar, y justo por eso compete al obispo el deber de visitar las escuelas de
su territorio. También le corresponde dictar normas para ellas; para que crezca
en ellas el espíritu apostólico (can. 806).
El papel y resultado de la Escuela Católica
El
Cardenal Grocholewski explicó que la misión de la Escuela católica es evangelizar educando y educar evangelizando.
La calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos,
debe ser por lo que especialmente la escojan los padres católicos; debiendo
ofrecer una formación religiosa adaptada a las diversas situaciones de los
alumnos. La Escuela católica no debe decepcionar a los padres católicos que les
confían a sus hijos, no debe decepcionar a la Iglesia, ni a todos aquellos que
buscan la verdad.
Es
verdad que la Escuela católica debe respetar la libertad de religión y de
conciencia; aceptar a quienes no tienen fe, sin imponerles nada, respetándoles,
proponiendo no imponiendo la fe. A este respecto, el Cardenal nombró un
reciente documento de la Congregación que preside, titulado Educar
al diálogo intercultural en la Escuela católica (octubre de 2013). Pero también es verdad la
escuela católica debe ser lugar para encontrarse con Cristo Vivo -como diría
Benedicto XVI-, puesto que educar es un acto de amor, es dar vida.
Hay
que formar cristianamente y con paciencia a los jóvenes, pero también al resto
de la comunidad educativa: padres, profesores y al resto de personal. Por cierto,
que de los profesores, citando el can. 803, § 2, señaló que debe pedírseles integridad de vida y recta doctrina.
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