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26 de noviembre de 2013

El P. Álvaro Corcuera, L.C., envía una emocionante carta con motivo de Cristo Rey

Con motivo de la festividad de Cristo Rey, el P. Álvaro Corcuera, Director General de la Legión de Cristo, ha escrito una carta a todos los legionarios, consagrados, miembros y amigos del Regnum Christi que se puede leer aquí. En la carta agradece a todos “sus oraciones, su cercanía y su ejemplo”, y a la vez explica que “pido mucho por ustedes, por cada uno, sabiendo que la oración es el mejor medio para unirnos a Dios y entre nosotros”. Y confiesa que “la única manera de agradecerles es ofrecer mi vida a Cristo por ustedes, por nuestra Iglesia, por la Legión y el Movimiento”.

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El P. Álvaro, explicando que estamos en el marco del Capítulo y de las Asambleas Generales, intuye que “ésta sería la última carta del día de Cristo Rey en la misión que Dios me confió". “Cristo Rey nos enseña que el modo de reinar es servir con humildad y mansedumbre de corazón -explica. Él nos fortalece en el cansancio, en el dolor, en la enfermedad y en las tristezas”.

“Un camino misterioso y duro para nuestra naturaleza, pero que nos llena el corazón de una profunda alegría y de paz”. El camino de un Rey cuya “corona fue de espinas, sus llagas fueron las que nos curaron y su rostro de rey llegó a ser irreconocible por el sufrimiento".

Finalmente el Director General concluye la primera parte de su carta explicando que “sinceramente me siento como un hermano que no puede expresar con palabras lo agradecido que estoy con ustedes”, por eso “se me ocurrió compartir juntos una oración a Cristo Rey. Es algo larga pero creo que nos puede ayudar a estar unidos y llenos de alegría porque Cristo es el Rey del universo, el Rey de nuestros corazones y porque su reinado es de amor”.

La oración es la siguiente:

Jesucristo, nos unimos en oración como hijos tuyos que te ofrecemos nuestra vida. Gracias por inclinarte a nosotros para escucharnos y decirnos cuánto nos amas.

Jesucristo, ayúdame a fortalecer mi fe. Creo en Ti Jesús, pero aumenta mi fe. Creo en Ti, Jesús, con todo mi ser. Creo en Ti, Jesús, no como una idea o como algo puramente escrito. ¡Creo EN TI! En mi Señor, mi amigo, mi Redentor; en Ti, en tu persona, en la Santísima Trinidad. Gracias, Jesús porque esta fe, aunque débil, nos llena de paz, nos libera de todas nuestras incertidumbres; nos hace ver que todo pasa, que los medios pasan y que son sólo medios que nos llevan a Ti, Dios y Señor. Gracias. Queremos dejarnos guiar por Ti, Buen Pastor, por el don de la fe dejarnos en tus manos, abandonarnos a tu Voluntad amorosa, vivir en tu Corazón. Concédeme una fe, Jesús, que no tenga límites, que mueva las montañas y suavice mi corazón endurecido, que no se canse de admirarte, que en todo descubra un don y un regalo, una ocasión para decirte: ¡creo en Ti y quiero seguirte hasta el final, Jesús!

Jesucristo, rey de nuestras vidas, ayúdame a confiar con todo mi ser. Jesús, manso y humilde de corazón, espero y confío totalmente en Ti. Desconfío de mí mismo, me conozco y por eso, confío aún más en Ti y eso me lleva a confiar también en mí, porque Tú estás en mí y en tus hijos que hemos recibido el Bautismo. Confío, Jesús, ayúdame a rechazar la duda o la falsa prudencia, a lanzarme y arriesgar todo, a lanzar las redes, como les dijiste a los apóstoles. Confiar donde parece que no hay fruto, que no hay pesca; cuando oscurece y el alma quiere entristecerse; cuando goza y sabe que siempre hay ocasos… ¡ayúdame a confiar siempre en Ti! Ayúdame a esperar en Ti, Jesús, rey de nuestras vidas, para no tener falsas seguridades, excesiva seguridad en mí mismo o en los medios. Tú apacientas las tormentas, aplacas los vientos, calientas lo frío, suavizas lo duro, consuelas, animas, eres Todopoderoso y a la vez, te haces débil para saber que somos fuertes en Ti.

Jesucristo, te amo con todo mi corazón. Te amo porque Tú me amas primero, porque me amaste hasta el extremo, reinando en la cruz más terrible, sola, ingrata, penetrante hasta lo último de tu ser. ¡Y todo por mí, porque me amas! Tú tocas a la puerta de mi hogar, tantas veces distraído u ocupado en otras cosas; tocas día y noche para entrar en mi corazón y decirme que me amas. Señor, no necesito ni quiero nada. Solo Tú, Jesús, solo Tú, Señor de mi vida, Padre, Amigo, Hermano, TODO. Estar sin Ti, Jesús, es como la vida sin oxígeno, sin el latir del corazón. Contigo todo es luz, todo es paz, todo se convierte en amor. ¡Eres tan bueno, Jesús! No permitas que me separe de ti, por favor. No quiero que se endurezca mi corazón, no quiero perder el amor primero, ayúdame a renovarlo todos los días y a no cansarme de agradecerte y de decirte que te quiero, que te quiero mucho, que te quiero con todo mi ser y que prefiero mil veces morir antes de perder tu amistad. Dame el amor de los mártires, de los santos apóstoles a quienes debemos que nos haya llegado tu palabra viva. Ayúdame, Jesús a amarte tanto que arriesgue todo por Ti sin límites, sin dudas, sin miedo. ¡Sabemos que el amor es más fuerte!

Jesucristo, Señor nuestro, ¿de qué serviría este amor si no tuviésemos amor hacia el prójimo, si no te viésemos en cada hombre, hijo tuyo y hermano nuestro? Ayúdanos a vivir tu mandato sabiendo que es precisamente un mandato, que nos mandas amar y que así, anhelas nuestra felicidad. Amar al prójimo, dar la vida por el hermano, no sólo en las cosas grandes, sino en lo ordinario y pequeño de cada día. Que Tú ames desde nuestros corazones, sin que esperemos nada a cambio, que nuestros pensamientos sean los tuyos y que nuestras palabras reflejen tu amor. Que nuestras palabras siempre den aliento, consuelo, bondad, ánimo. Tú quieres amar y sonreír desde nuestros corazones. Ayúdame a ser universal en mi caridad, a no despreciar a nadie ni siquiera en lo más pequeño; a ser apóstol del hablar bien y de rechazar con todo mi ser lo que hiera al hermano con palabras, gestos o silencios; a crearles buena fama, a pedir perdón con rapidez, con humildad y sinceridad. Si en algo me ofenden, Señor, ayúdame a seguir tu ejemplo, a nunca guardar un rencor, a tener al hermano como superior y mejor a mí. Ayúdame a amarte tanto que pueda vencer mi orgullo, el egoísmo que mata, la vanidad que quiere su propia gloria. Concédeme amarte tanto, Jesús, que cuando alguien me aprecie, en realidad te quiera a Ti; que el rechazo sea para mí, pero que en mí te amen y te quieran, te descubran, se entreguen a ti, que eres puro amor.

Jesucristo, te amo y te ruego que me hagas un apóstol incansable de tu amor. Dame la pasión de amar y transmitir tu amor, de sembrar sin protagonismo para que todo el mundo te conozca, te quiera y siga tu ejemplo, empezando por transformar para bien el ambiente donde Tú, en tu Providencia, me colocas. Que sepa amarte sin condicionarme por la opinión ajena, sabiendo que ni seré mejor porque me quieran ni peor porque no me quieran. Que mi amor sea limpio, puro, firme en la tribulación y, sobre todo, Jesús, fiel, fiel como el de María al pie de tu cruz. Que tu amor me ayude a nunca acostumbrarme a verte clavado, herido, golpeado, humillado. Mil veces, Señor, gracias. Todo fue por mí.

Jesucristo, por último, gracias por darnos a María, nuestra Madre. ¿Qué haríamos sin Ella? Madre, Madre nuestra, de todos sus hijos. Ella nos enseña a amarte, nos enseñó el camino del silencio como apertura luminosa a Ti, nos enseñó la paz en medio de las pruebas, de la soledad y de las tristezas. Nos llena de valor, como hijos, como niños ante el muro del temor o de lo que parece inalcanzable, nos enseña a creer, confiar, amar.

Cristo, rey de nuestras vidas, Padre, Hermano y Amigo. Tú eres todo para nosotros tus hijos, te amamos con todo nuestro corazón.

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