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7 de junio de 2012

Un milagro con nombre y apellido

Vivía en el Centro de Acogida Villa Paz para niños en riesgo de exclusión social. Hacían allí sus prácticas sociales algunos alumnos de la Universidad Francisco de Vitoria, y así conoció la Universidad. Los voluntarios le animaron a estudiar la carrera, y le ayudaron a conseguir una beca. Este año se ha graduado en Enfermería y ha vivido los 4 años de carrera en el Colegio Mayor. Hace un par de años volvió a Villa Paz, esta vez como voluntaria, para ayudar a otros niños que, como ella, no pudieron vivir con su propia familia. Este verano se irá de misiones humanitarias a México, con el departamento de Acción Social de la Universidad. Es María Alonso González: Conoce su historia contada por ella en esta carta.emocionante. (Continuar leyendo)




Cuando me propusieron escribir un relato corto en el que contar una experiencia de voluntariado o de actitud solidaria nunca pensé que me costaría tanto. ¿Qué iba a contar? Podría relatar una historia ficticia con un final feliz, podría decantarme por cualquiera de las experiencias que he vivido con mis pacientes todas ellas con distintos finales o simplemente podría contar una historia real, la mía propia. ¿Lo conseguiré?

Podría comenzar mi relato con “Érase una vez una chica...”, palabras mágicas que nos transportan a nuestra infancia, esas que nos hacen recordar a Alicia corriendo detrás del conejo en el país de las maravillas, a Peter Pan volando junto a campanilla y Wendy en el país del nunca jamás o a Cenicienta cantando con los animales del bosque, mientras se hacia su vestido de princesa. Sin embargo, comenzaré mi historia con otra muy distinta, y no porque no vaya a tener un final bonito en el que todos sean felices y coman perdices sino porque fue la palabra que puso principio y fin a mi historia, “Suerte”.

En toda acción de voluntariado hay dos partes implicadas. Por un lado, el voluntario: la persona que de manera voluntaria decide llevar a cabo alguna tarea o función en beneficio de otras personas sin ánimo de lucro. Son personas con buen fondo, con grandes inquietudes, preocupados por la realidad que les rodea y con muchas ganas de ayudar en lo que puedan. Por otro lado, la persona beneficiada: aquella que necesita ser atendida en algún ámbito de su vida debido a las circunstancias en las que se encuentra y sin recursos para salir de ella.

La mayoría de testimonios tratan o bien de voluntarios que han hecho alguna acción buena por alguien, o bien de personas que han sido ayudadas por voluntarios. Comencemos pues con el mío.
Durante mi primer año de carrera tuve el placer de vivir mi primera experiencia como voluntaria. Como parte de la asignatura de Acción Social debía acudir todos los miércoles por la tarde a una de las organizaciones en las que colaboraba la universidad para ayudarles en lo que hiciera falta. Antes de empezar con el voluntariado, me dieron la opción de elegir el campo en el que quería dedicar esas tardes de miércoles: niños, enfermos, madres solteras, ancianos... A mí me encantan los niños así que decidí que era en lo que quería dedicar mi tiempo. Fue entonces cuando solicité una plaza en la residencia de menores, Villa Paz.

¿Qué es Villa Paz? Es un centro de menores situado en Pozuelo de Alarcón con la función de acoger, atender y educar a menores en situación de desamparo o riesgo social. Está residencia está organizada por casitas, cada casita tiene un nombre de ave y en cada una de ellas viven 6 niños de distintos sexos y con distintas edades que están a cargo de una hija de la Caridad.

Cuando llegas a un sitio como Villa Paz no sabes muy bien con lo que te vas a encontrar, sabes que vas a trabajar con niños con circunstancias distintas a las de la mayoría, pero con la misma inocencia, la misma vitalidad, las mismas ilusiones y el mismo espíritu que cualquier otro. Por un lado, me encontraba desorientada, era la primera experiencia que tenía como voluntaria y me hacía pensar qué sería lo que yo podría hacer para ayudar a esos niños. Por otro lado, tenía muchas ganas de pasar tiempo con ellos, de aprender de la experiencia y de aportar mi granito de arena por pequeño que este fuera.

Mi experiencia allí fue espectacular. Conocí a 6 niños fantásticos de los cuales no esperaba aprender tanto. Me enseñaron algo nuevo cada día, me demostraron que son niños pero que a la vez son personas y hay que tratarles como tal, me recordaron la importancia que tienen valores como la paciencia y el tesón, pero sobre todo lo que más me hizo reflexionar de ellos fue la simplicidad y la inocencia. Se me había olvidado ver la vida desde un punto de vista más sencillo, se me había olvidado lo que era valorar las cosas más simples del día a día; sin querer había perdido la niña que hay en mí, esa que James Matthew pedía encarecidamente no perder cuando escribía la historia de Peter Pan bajo la luz del candil que se encontraba en su escritorio.

“Suerte”, esa es la única palabra que pude decirles el último día que pase con ellos. Les deseaba toda la suerte que se puede tener en este mundo, porque se la merecían, porque eran niños especiales, porque a pesar de todo lo que les había tocado pasar a su temprana edad, eran niños felices.

Este es el fin de mi testimonio de voluntariado, con el deseo de suerte de una voluntaria a unos niños con los que había podido disfrutar de una experiencia así. Y diréis, ¿Así acaba la historia? Pues sí, mi historia acaba así con la palabra “suerte” pero también dije que comenzaba con esa misma palabra, así que no tengo más remedio que contaros el principio ¿no?

"Suerte”, esa fue la única palabra que mencionó la trabajadora social cuando nos dejó en manos de mis abuelos en dirección a Madrid.

Como había explicado antes una experiencia de voluntariado tiene dos partes implicadas. Sin embargo, en pocas ocasiones oímos el testimonio de alguien que ha formado parte de las dos, voluntario y persona beneficiada ¿Y si os desvelo que en mi caso si fue así? Yo fui esa niña que se encontraba con unas circunstancias complicadas y que necesitó ayuda; y a la vez esa joven que pudo ver en otros la necesidad que ella misma había tenido en un pasado y que decidió actuar. El hecho de poder haber vivido la experiencia desde las dos partes implicadas ha hecho de mi lo que soy hoy, me ha transformado y ha sacado lo mejor de mí misma.

Me llamo María, tengo 20 años y soy estudiante de Enfermería. Provengo de una familia desestructurada, mi madre nos abandonó cuando apenas tenía nueve años y mi padre no se podía responsabilizar de nosotros él solo.

El 27 de Marzo del 2000 ingresé junto con mi hermano en una residencia de menores llamada Emaus de la Comunidad Valenciana. Yo tenía 9 años y mi hermano pequeño acababa de cumplir los 2 añitos. Allí vivimos durante dos años hasta que fuimos trasladados a “Villa Paz” donde podríamos estar más cerca de mis abuelos.

Recuerdo mi llegada a Villa Paz como si hubiese sido ayer. Llegué el 9 de septiembre de 2002, y sujetando con una mano la manita de mi hermano y con la otra la de mi abuela, me dispuse a cruzar la puerta de mi nuevo hogar, una puerta metálica y enorme, ese tipo de puertas que se describen en los cuentos de príncipes y princesas cuando el escritor nos habla del majestuoso castillo. ¿Quién me iba a decir que ese simple gesto de echar un pie hacia delante para cruzar el umbral de una simple puerta iba a abrir de par en par las sendas de mi futuro?

Ya os he descrito que es Villa Paz, ese centro de menores de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, no os he dicho que significa para mí. Para mí, Villa Paz y sus monjitas fueron mucho más. Viví allí durante 5 años, los únicos 5 años de mi infancia que recuerdo como felices. Ellas me acogieron con los brazos abiertos, me educaron de la mejor forma que pudieron, me felicitaron con mis éxitos, me riñeron cuando hacía las cosas mal, me apoyaron en situaciones difíciles, me aconsejaron cuando mi camino era borroso y no sabía qué decisión tomar.

Pensareis que Villa Paz hizo lo que cabía esperar de ella, se encargó de una menor desamparada que necesitaba ayuda. ¿Cómo puede considerarse que Villa Paz fuera entonces la puerta al futuro de esa pequeña?

Pues bien, aquí comienza realmente la otra parte del testimonio, la que no corresponde al voluntario, sino todo lo contrario, la que corresponde a esa niña a la que un voluntario ayudó, en mi caso fueron dos. Villa Paz es una de las residencias con las que colabora el Departamento de Acción Social de nuestra universidad.

Todos los que estudian en Francisco de Vitoria te dirán que conocieron la universidad a través de un amigo, de folletos formativos, de Internet e incluso de AULA, pero yo conocí la universidad y su espíritu a través de sus voluntarios.

Yo he sido una de esas pequeñas que formaron parte del proyecto de acción social de la universidad. Todos los días acudían alumnos de la "Paquito" para ayudarnos con los deberes, para jugar con nosotros, para darnos clases de catequesis.

Me consideraba una niña buena, responsable, trabajadora y con un solo sueño en la vida, poder estudiar enfermería, poder ayudar a las personas que lo necesitaban de la misma manera que me habían ayudado a mí. Mis resultados académicos estaban siendo buenos, sin embargo me daba cuenta de que mi situación no era la más adecuada.

En sitios como en Villa Paz es casi un milagro que haya niños con buen rendimiento académico (ya que la mayoría son niños conflictivos con una gran falta de cariño y apoyo) y los que había, estudiaban algún modulo porque según la opinión de ciertas personas, era a lo único que podíamos aspirar al ser hijos provenientes de familias desestructuradas como la mía.

Gracias a la asignatura de Acción Social (esa a la que a algunos alumnos no les hace mucha gracia) tuve el placer de conocer a dos voluntarias, las mejores personas que me he podido cruzar en la vida. Doy gracias a la suerte que me deseó esa trabajadora social mientras me dejaba en manos de mis abuelos, porque el día que me crucé con estas dos personas, llegó toda la suerte que podía haber deseado.

Y os preguntareis, ¿Qué fue lo que hicieron esas dos personas para que yo me sintiera la persona más afortunada del mundo? Muy fácil, confiaron en mí, me apoyaron y gracias a ellas hoy puedo decir que seré lo que quería ser, ENFERMERA.

Con su apoyo ingresé en la universidad y comencé a estudiar eso que tanto había anhelado y gracias a ellas también pude tener mi primera experiencia de voluntariado, participé como voluntaria en el departamento de acción social ayudando a niños desamparados, de la misma manera que en un pasado había sido yo ayudada, poniendo mi granito de arena.

Gracias a esta doble experiencia, me he planteado esas preguntas que cualquier persona se plantea a lo largo de su vida.

¿Quién soy? No sé muy bien quién soy, es una difícil pregunta para la que tengo que buscar una respuesta, pero si se decir que soy lo que soy gracias a las personas que me he cruzado en la vida, que me han enseñado, que me han apoyado, que me han aconsejado. Solo sé que soy la flor que ha germinado por ese granito que un día decidió dar un voluntario.

¿De dónde vengo? Vengo de un pasado complicado con unas circunstancias distintas a las de la mayoría, circunstancias que me han hecho madurar y me han ayudado a definir mi futuro, porque lo importante no es de dónde vienes, sino a dónde vas.

¿A dónde voy? Hacia el hoy, hacia el mañana. Y ¿Cómo quiero que sea ese futuro próximo y lejano? Quiero un futuro en el que me sienta plena por lo que estoy haciendo. En ese futuro quiero ayudar a personas que necesitan la ayuda del prójimo porque se encuentran en una situación de la cual no pueden salir por sí mismos.

¿Cómo he llegado hasta aquí? Es bien fácil, he llegado hasta aquí no gracias a alguien, porque no sería correcto decir que me encuentro hoy aquí por una sola persona. He llegado hasta aquí gracias al espíritu que tiene el departamento de acción social y todas las personas que forman parte de él. Ese espíritu que nos intentan enseñar día a día en las aulas de la universidad, ese que nos dice” Vence el mal con el bien”, ese que nos propone “Saca de ti la mejor versión de ti misma”, ese que nos explica que fuera de nuestra burbujita hay un mundo muy distinto. Ese espíritu lo vi reflejado hace ya 10 años en los ojos de esos jóvenes voluntarios que entraron en Villa Paz para compartir sus tardes de miércoles con niños como yo.

¿Cómo acabar este relato?, dando gracias. Dando gracias a todas esas personas que decidieron ser voluntarias, agradeciendo a todos aquellos que les movía la curiosidad y querían aportar su granito de arena en este mundo de locos. Personalmente doy las gracias de parte de todas esas personas que han sido transformadas al igual que yo por ese espíritu que antes mencionaba y que veo asomado en vuestras pupilas. Por todo eso gracias, y "SUERTE".

Fuente: Bárbara Barón. Carta reproducida por Mirada XXI, el periódico de la Universidad Francisco de Vitoria

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